26 de mayo de 2019

Tres obras maestras de la televisión estadounidense

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Una familia de la mafia
Los Soprano (The Sopranos, 1999-2007)

Creador: David Chase | País: Estados Unidos | Idioma: Inglés | Temporadas: 6 | Episodios: 86 | Duración por episodio: 45-60 minutos | Medio de difusión: HBO | Géneros: Policial, drama


¿Qué elementos debe tener una serie de televisión para ser una obra de arte? Un guion excepcional es fundamental. Además, se necesita de actores talentosos, diálogos cautivadores y una cinematografía precisa, entre otros numerosos aspectos técnicos. A diferencia de la pintura o la escultura, las producciones cinematográficas y televisivas dependen de la colaboración de muchos. En este contexto, Los Soprano (The Sopranos), una serie de seis temporadas creada por David Chase, representa la confluencia perfecta de profesionales excepcionales.
Después de sufrir ataques de pánico, el violento Tony Soprano (James Gandolfini) inicia terapia con la psiquiatra Jennifer Melfi (Lorraine Bracco), a quien le confiesa sus dilemas personales. Le relata, por ejemplo, su tensa relación con su manipuladora y dominante madre, Livia Soprano (Nancy Marchand).
También le menciona su vida con su esposa Carmela Soprano (Edie Falco) y sus hijos: la destacada Meadow (Jamie-Lynn Sigler), que se prepara para la universidad, y el problemático Anthony (Robert Iler), de bajo rendimiento escolar. Además, Tony comparte detalles de cómo se gana la vida.

Carmela, Tony, Anthony y Meadow Soprano.

De ascendencia italiana y nacido en Nueva Jersey, Tony es un mafioso que subsiste de la extorsión, el tráfico ilegal y los sobornos. Tras el fallecimiento de su jefe por cáncer, enfrenta conflictos con su sucesor, su tío Corrado Junior Soprano (Dominic Chianese). Afortunadamente, para sacar adelante sus negocios, cuenta con el apoyo de su enérgico sobrino político Christopher Moltisanti (Michael Imperioli).
El imponente Tony, de 1,85 metros, aficionado a las pastas y los puros, es frecuentemente visto en su vasta mansión en bata o shorts. Casi todos los días se levanta al filo del mediodía después de una noche fuera, a veces en uno de sus negocios, como el club de striptease Bada Bing. Es un personaje complejo, capaz de ser tierno o severo.

Christopher Moltisanti.

Aunque sus manos están manchadas de sangre, suele ser un padre y esposo amoroso, a pesar de sus numerosas amantes y su temperamento violento. Incluso la traición de alguien cercano le afecta profundamente. Cuando Carmela le señala que todos quienes trabajan con él le temen, responde: «¿Qué me importa que me teman? Dirijo un negocio, no un concurso de popularidad». En un momento de reflexión, se pregunta: «¿Qué clase de persona soy si hasta mi madre desea mi muerte?».
El episodio «College», el quinto de la primera temporada, es especialmente significativo. Narra el viaje de Tony y su hija a Maine, al nordeste de Estados Unidos, para explorar universidades potenciales. En el camino, Tony se topa con un exsocio que se convirtió en informante del FBI. El capítulo ilustra una constante de la serie: el jefe manejando un asunto familiar mientras, en paralelo, resuelve problemas laborales o de venganza.

Corrado Junior Soprano.

«Pine Barrens», el undécimo episodio de la tercera temporada, es otro de los destacados. Christopher y el gánster Paulie Gualtieri (Tony Sirico) intentan enterrar a una víctima en un bosque nevado al sur de la ciudad. Con hambre, perdidos y desesperados, deben terminar una misión que se complica. En una comunicación confusa, Tony describe al enemigo por celular, pero Paulie malinterpreta: «No creerás esto —dice a Christopher después de colgar—. El tipo mató a 16 checoslovacos y era decorador de interiores». Un chiste típico de malentendido telefónico.
Las frecuentes referencias a El Padrino (The Godfather, 1972-1980), trilogía sobre mafiosos de origen italiano, subrayan la influencia de estas icónicas películas de Francis Ford Coppola. Lo mismo ocurre con Buenos muchachos (Goodfellas, 1990), de Martin Scorsese. Cabe mencionar que 27 actores de este último largometraje aparecen también en la serie, incluyendo a Lorraine Bracco y Michael Imperioli, respectivamente, la esposa del gánster interpretado por Ray Liotta y el joven que recibe un disparo en un pie del maleante encarnado por Joe Pesci.
En resumen, Los Soprano es una obra maestra absoluta que destaca en múltiples aspectos, consolidándose como un pilar en la historia de la televisión.

David Chase.



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Devorar el mundo
The Wire (2002-2008)

Creador: David Simon | País: Estados Unidos | Idioma: Inglés | Temporadas: 5 | Episodios: 60 | Duración por episodio: 55-60 minutos | Medio de difusión: HBO | Géneros: Policial, drama


La serie de televisión The Wire expresa tremendas ganas de devorar el mundo en una sola obra. Así, explora diversos estratos y ambientes de Baltimore, puerto del nordeste de Estados Unidos.
Con un retrato realista, observamos los movimientos de una amplia galería de personajes: desde el microcomercializador de drogas hasta el político más encumbrado, un senador del estado de Maryland. En este espectro tenemos además a jueces, fiscales, prostitutas, periodistas, profesores, policías.
Todo empieza con rumores sobre una organización criminal ligada al narcotráfico liderada por Avon Barksdale (Wood Harris). En estas circunstancias, la Policía se pone a investigar sin tener siquiera una foto del cabecilla, un sujeto que jamás ha sido arrestado y acerca de quien no hay casi información.
  
Bunk Moreland y Jimmy McNulty.

«Este caso está conectado con todo», le comenta el teniente Cedric Daniels (Lance Reddick) a su esposa en cierto momento. Es verdad, la organización de Barksdale nos lleva a rumbos insospechados. El presumido, borrachín y mujeriego detective Jimmy McNulty (Dominic West) elogia en cierto momento al cabecilla: «Me enorgullece perseguir a este tipo».
El teniente Daniels, asignado al caso, se queja al inicio de la calidad de su equipo policial, pero este le daría gratas sorpresas. Sin embargo, hay limitaciones, por lo que la Policía busca métodos más modernos, pero legales, para dar el golpe al enemigo. De ahí la clonación de beepers (buscapersonas) o la interceptación de teléfonos públicos con autorización de la fiscalía. Tenemos aquí el origen del nombre de la serie (wire, es decir, ‘cable’ en inglés).
  
Avon Barksdale.

La investigación parte desde los pequeños vendedores de drogas de las viviendas pobres, la zona inferior de la pirámide. En estos territorios, como en toda Baltimore, predominan los afroestadounidenses. Un oficial señala en un pasaje: «Si uno sigue la pista de la droga, desemboca en adictos y traficantes. Pero si uno sigue la pista del dinero, no se sabe dónde puede terminar». Esta serie nos lleva a reflexionar acerca de las instituciones del Estado, susceptibles de ser sometidas por el dinero del narcotráfico, por la corrupción. Así, encontramos, policías y políticos deshonestos. Una cruda verdad hasta en los países más desarrollados.
Si tendríamos que rescatar tres momentos de la primera temporada, podríamos contar con la explicación de D’Angelo Barksdale (Larry Gilliard, Jr.) acerca de cómo jugar al ajedrez, al que compara con el desempeño en la vida (episodio 3). También la escena graciosa en la que McNulty y su acompañante Bunk Moreland (Wendell Pierce) visitan la escena de un crimen, reconstruyen un asesinato y pronuncian una grosería decenas de veces: fuck (episodio 4). Por último, la conmovedora pregunta de D’Angelo a Stringer Bell (Idris Elba) dónde demonios está Wallace, adolescente que traicionó a sus superiores (episodio 5).
  
Stringer Bell.

Si usted quiere saber cómo funciona la estructura del narcotráfico, las fachadas, los vínculos con los de arriba, aquí tiene un magnífico retrato.
La segunda temporada se traslada de escenario: se centra en la vida de los estibadores del puerto. En paralelo, continúa con la historia de la organización de Barksdale y de algunos policías, entre ellos McNulty, destacado en una lancha en la Unidad Marina. En la tercera temporada, en cambio, sobresale otro capo del narcotráfico, Marlo Stanfield (Jamie Hector), y observamos el empeño del demócrata Tommy Carcetti (Aidan Gillen) de llegar a la alcaldía de la ciudad. Las dificultades que enfrentan los escolares para salir de un ambiente hostil y los modos de informar de los reporteros del diario The Baltimore Sun se incorporan en el tratamiento de la cuarta y quinta temporadas, respectivamente.
David Simon, el creador de la serie y periodista del diario The Baltimore Sun durante veinte años, confiesa haberse inspirado en un delincuente que —como Omar Little (Michael K. Williams)— robaba a los narcotraficantes. Es más, nombró a este consultor del programa mientras cumplía condena. Como otro modo de ser fiel a lo que cuenta, la producción tuvo en el reparto a una joven que estuvo en prisión por asesinato: Felicia Pearson, una despiadada criminal en la serie.
The Wire es una joya de la televisión que justifica ampliamente todos los elogios recibidos. Una obra que exhibe las desigualdades sociales de un país que se jacta de ser el abanderado de la libertad.
  
David Simon.



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Viaje al mal
Breaking Bad (2008-2013)

Creador: Vince Gilligan | País: Estados Unidos | Idioma: Inglés | Temporadas: 5 | Episodios: 62 | Duración por episodio: 47-55 minutos | Medio de difusión: AMC | Géneros: Policial, drama, thriller psicológico, intriga



Uno de los aspectos que hace de Breaking Bad (‘Volviéndose malo’ sería la traducción literal al castellano) una serie memorable es su guion, con situaciones límites y diálogos ingeniosos. La transformación progresiva de un modesto profesor de Química a un asesino productor de drogas es brillante.
¿A qué género pertenece esta serie? Es drama, pues cuenta la vida durante un poco más de dos años de un tipo enfermo de cáncer que piensa en el bienestar económico de su familia. Es thriller psicológico, por la angustia de saber cómo los personajes se libran de sus problemas. Es western contemporáneo, por las emboscadas y los tiroteos que se desatan en un caluroso desierto, en el de Nuevo México en este caso. Es humor negro, pues a veces no se sabe para quién se trabaja.
El protagónico recae en el profesor Walter White, interpretado de modo excepcional por Bryan Cranston, cuyo desempeño fue elogiado por Anthony Hopkins nada menos («la mejor actuación que he visto en mi vida», sentenció). Lo acompañan en el desarrollo de la historia Jesse Pinkman (Paul Aaron), drogadicto productor de metanfetamina azul y quien hace desternillar de risa cada vez que exclama «bitch» (‘perra’), y el policía antinarcóticos Hank Schrader (Dean Norris), obsesionado por llegar a la verdad y por capturar al perverso Heisenberg. Además tiene gran importancia Skyler (Anna Gunn), la esposa del personaje principal.

Jesse Pinkman y Walter White.

«No estoy en peligro, Skyler, yo soy el peligro. Si llaman a la puerta de un hombre y le disparan, ¿tú crees que ese hombre seré yo? ¡No! Yo soy el que llama», le explica el profesor Walter White a su esposa, atemorizada por lo que pueda pasarle a su familia (sexto episodio de la cuarta temporada). Otro momento mágico es cuando Heisenberg, después de describir lo que hizo, le pide al jefe de los distribuidores de metanfetamina que diga su nombre (sétimo capítulo de la quinta temporada).
En esta serie creada por Vince Gilligan todo está minuciosamente trabajado: desde la presentación de los créditos iniciales, los que toman letras de algunos símbolos de los elementos químicos de la tabla periódica, hasta el color de la ropa, que corresponde con el momento de la historia. El inescrupuloso abogado Saul Goodman (Bob Odenkirk), cuya publicidad es «Better Call Saul», luce camisa verde, por ejemplo, al recibir cinco millones de dólares de Jesse en el capítulo «Dinero sangriento» (noveno episodio de la quinta temporada).

Gustavo Gus Fring.

La intriga se distribuye en buenas dosis, con preferencia al final de cada episodio. Así, las sospechas del espectador pueden venirse abajo al descubrir lo que realmente sucedió. Es el caso del oso de peluche rosado, que aparece al inicio de la segunda temporada. ¿Cómo llegó a la piscina de la casa de los White?
Cada elemento encaja muy bien, salvo que Gustavo Gus Fring (Giancarlo Esposito), dueño de la cadena de comida rápida Los Pollos Hermanos y productor de metanfetamina, no parece chileno por su acento, por el color de su piel y por provenir de un país con poca vinculación con el narcotráfico. Aunque se podría pecar de estereotipo, quizá hubiese sido más creíble si fuera peruano, boliviano o colombiano.

Skyler White.

El esmero que pone en el laboratorio el profesor White para crear un producto de calidad se asemeja a la realización de la serie. Las cinco temporadas son un viaje extraordinario, intenso y vertiginoso al mal.

Vince Gilligan.

25 de mayo de 2019

Seis obras maestras del periodismo estadounidense


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Una mirada al infierno
Hiroshima (1946) | John Hersey

Portada de la revista The New Yorker, agosto de 1946.


Agosto, 1945, Hiroshima, Japón, después de la explosión de la bomba atómica.

Hiroshima (1946), del periodista estadounidense John Hersey, se publicó poco más de un año después de estallar la primera bomba atómica sobre una ciudad. El reportaje se centra en las experiencias de seis sobrevivientes de aquella catástrofe que acabó con la vida de más de cien mil japoneses.
Hiroshima (1946), del periodista estadounidense John Hersey, fue publicado poco más de un año después del lanzamiento de la primera bomba atómica sobre una ciudad. El reportaje narra las experiencias de seis sobrevivientes de la catástrofe que cobró la vida de más de cien mil japoneses.
Uno de los mayores aciertos de Hersey fue abordar un tema de interés universal: el ataque nuclear de Estados Unidos contra Japón, un episodio clave en la historia contemporánea que provocó la rendición incondicional de Japón y el fin de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). A través de su relato, Hersey expone los horrores de la tragedia, con el objetivo implícito de evitar que un suceso de tal magnitud vuelva a ocurrir, a pesar de que el autor proviene del país agresor.
Antes de la devastación, Hiroshima tenía una población de 245.000 personas, quienes esperaban un ataque estadounidense, aunque ignoraban su verdadera magnitud. Hersey describe con precisión lo que seis ciudadanos comunes vivieron durante la explosión atómica.
Entre las historias destacadas están la de Toshiko Sasaki (20), una empleada de fábrica que sufre una grave lesión en la pierna izquierda; Terufumi Sasaki (25), un cirujano incansable que trabajaba en un hospital de la Cruz Roja; Hatsuyo Nakamura (34), una viuda que, mientras lucha por sacar adelante a sus tres hijos, ve cómo va perdiendo su cabello; Kiyoshi Tanimoto (36), un reverendo metodista cuya iglesia quedó en ruinas; Wilhelm Kleinsorge (38), un sacerdote alemán que debe viajar a Tokio para recibir tratamiento por extrañas enfermedades; y Masakazu Fujii (50), un médico cuya clínica fue destruida por la hecatombe. El mensaje implícito es claro: en una guerra moderna, esto podría sucederle a cualquiera.
La bomba, bautizada «Little Boy» («Niño Pequeño»), con un poder destructivo superior a 20.000 toneladas de TNT, dejó a la población de Hiroshima mutilada, fracturada, quemada y agonizante. Miles de personas quedaron desfiguradas, vestidas apenas con harapos, rodeadas de edificios destruidos. El caos fue absoluto.
Originalmente publicado en su totalidad en una edición de The New Yorker, el reportaje se estructura en cuatro partes: el momento de la explosión, el incendio y destrucción de la ciudad, los rumores sobre la bomba y el surgimiento inesperado de flores en medio de la devastación.
En 1985, Hersey añadió un epílogo titulado «Las secuelas del desastre», en el que relata lo que sucedió con los seis sobrevivientes, conocidos como hibakushas, en las décadas posteriores al ataque nuclear. En resumen, Hiroshima es un testimonio excepcional y una obra maestra del periodismo.

John Hersey, 1944.

La frase: «El hombre de ahora no es como Dios deseaba. Ha caído en desgracia a través del pecado».



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Intimidades de un cantante
«Sinatra está resfriado» (1966) | Gay Talese

Portada de la revista Esquire, abril de 1966.


Frank Sinatra (1915-1998).

«Sinatra está resfriado» («Frank Sinatra Has a Cold», 1966), publicado en la revista Esquire, sorprende por su maestría en la concisión y su habilidad para integrar detalles fascinantes. Su autor, Gay Talese, construye un perfil excepcional de uno de los mayores íconos de la música estadounidense.
Talese narra la vida de Frank Sinatra cuando estaba a punto de cumplir 50 años, repasando sus éxitos, romances y vínculos, aunque superficiales, con la mafia. Como indica el título, el cantante está enfermo, y bajo esa premisa, Talese afirma: «Sinatra con gripe es como Picasso sin pintura». A pesar de esta fragilidad temporal, el texto no escatima en mostrar al artista como un hombre idolatrado, pero también irascible y temperamental, con una fortuna considerable. 
Para entonces, Sinatra ya había grabado grandes éxitos como «I’ve Got You Under My Skin» (1956) y «Come Fly with Me» (1958). Aunque sentía la presión de la creciente popularidad de The Beatles, seguía siendo un referente para muchas generaciones jóvenes. Llevaba consigo dos divorcios, el segundo con la icónica actriz Ava Gardner, y salía con Mia Farrow, quien era tres décadas menor.
Lo que más impresiona del artículo es la cantidad y calidad de los detalles que Talese distribuye a lo largo de la narrativa, fruto de numerosas entrevistas con personas cercanas al cantante. Detalles tan curiosos como que Sinatra tenía sesenta peluquines invitan a preguntarse cómo obtuvo esa información, especialmente considerando que nunca habló directamente con él. Sin embargo, Talese logra retratar al protagonista de manera integral, mostrando sus diversas facetas.
El lector acompaña a Sinatra en bares de Beverly Hills o Nueva York, en su casa esperando la transmisión de un documental que podría tocar su vida privada, en el set de filmación de una película y en un estudio de NBC grabando un especial con sus éxitos. En resumen, «Sinatra está resfriado» es un ejemplo sublime de periodismo narrativo, una obra que convierte el perfil de una celebridad en pura belleza literaria, merecedora de admiración.

Gay Talese, 1972.

La frase: «¿Alguna vez se han detenido a pensar —entró a decir Sinatra— cómo sería el mundo sin una canción? Sería bastante aburrido».




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Intimidades de un cantante
«El Derby de Kentuky es decadente y depravado» (1970) | Hunter S. Thompson


 
Portada de la revista Scanlan’s Monthly, junio de 1970, la cual incluye el texto de Hunter S. Thompson.

Ilustración con lápiz de cejas y pintalabios de Ralph Steadman.

«El Derby de Kentuky es decadente y depravado» («The Kentucky Derby is Decadent and Depraved», 1970), de Hunter S. Thompson, publicado en la revista Scanlan’s Monthly, es considerado uno de los primeros ejemplos del «periodismo gonzo», donde el autor se convierte en parte de la historia que relata.
En este texto, Thompson describe su experiencia en el famoso evento de carreras de caballos, el Kentucky Derby, pero en lugar de centrarse en la competencia en sí, su enfoque está en la decadencia, el caos y la atmósfera de excesos que lo rodean.
Acompañado por el caricaturista Ralph Steadman, Thompson se sumerge en el ambiente de borrachos, apostadores, celebridades y personajes variopintos que conforman el espectáculo. El relato está lleno de descripciones vívidas y surrealistas de las multitudes, las fiestas y el comportamiento extravagante de los asistentes. El Derby no es tanto una carrera de caballos, sino una representación del estado moral de América, según Thompson.
El estilo caótico de la prosa refleja la experiencia visceral de Thompson y hace que el lector se sienta parte del frenesí que se vive en el Derby. La crónica destaca por su capacidad para combinar observaciones sociales afiladas con humor negro, una habilidad que convierte una simple cobertura periodística en una crítica mordaz de la sociedad y sus costumbres. Utiliza la carrera de caballos como un símbolo de la degeneración de la cultura estadounidense. 
En lugar de centrarse en la competencia deportiva, el autor se detiene en los comportamientos tribales y desinhibidos de los asistentes, representando a la clase alta como un circo de excesos y corrupción moral. Sin embargo, el artículo también ha sido criticado por algunos por su tono nihilista y la falta de un hilo narrativo tradicional, lo que puede hacer que algunos lectores lo encuentren desorganizado o difícil de seguir. A pesar de eso, su enfoque innovador y el estilo único de Thompson hacen de esta pieza una lectura fundamental del periodismo contemporáneo.

Hunter S. Thompson, 1970.

La frase: «¿Alguna vez se han detenido a pensar —entró a decir Sinatra— cómo sería el mundo sin una canción? Sería bastante aburrido».



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El dilema moral
El periodista y el asesino (1990) | Janet Malcolm

Portada del libro, edición estadounidense.

Jeffrey MacDonald con su esposa, Colette Stevenson, y su hija mayor, Kimberley.

Un sujeto acusado de triple crimen toma contacto con un reportero para que escriba un libro sobre su caso. Poco después, este se gana su confianza y le hace creer que ofrecerá una imagen positiva suya, pero no sucede eso. ¿Dónde quedó la ética? En El periodista y el asesino (The Journalist and the Murderer, 1990), la estadounidense Janet Malcolm critica ferozmente su profesión por aprovecharse de la gente.
El 17 de febrero de 1970, en su casa de Carolina del Norte, la esposa embarazada y las dos hijas del doctor Jeffrey MacDonald, quien quedó herido, fueron asesinadas. ¿Quién es el culpable? ¿Acaso los miembros de una secta? Un juicio absolvió al médico, pero al reabrirse su caso este llegó a un acuerdo con Joe McGinniss, interesado en escribir sobre el crimen. 
Poco después, en 1979, la nueva sentencia condenó a MacDonald a la cárcel. Al publicarse Fatal Vision (1983), el esperado libro, el convicto se sorprendió de lo que se decía acerca de él, retratado como un psicópata asesino, y le entabló una demanda a su autor, quien había tenido pleno acceso a información exclusiva durante cuatro años, por fraude e incumplimiento de contrato. El asunto se resolvió en 1987, con el pago de 325 mil dólares.
«Todo periodista que no sea tan estúpido o engreído como para no ver la realidad sabe que lo que hace es moralmente indefendible. El periodista es una especie de hombre de confianza, que explota la vanidad, la ignorancia o la soledad de las personas, que se gana la confianza de estas para luego traicionarlas sin remordimiento alguno», concluye Malcolm.
Publicado en dos entregas, en 1989, en la revista The New Yorker, Malcolm explica su tesis con entrevistas al periodista y al acusado de asesinato, a los allegados, con análisis de libros, con reproducción de cartas y de diálogos de juicios. ¿Qué motivó esa actitud de McGinniss? ¿El dinero y la fama? ¿El amor por la verdad?
El periodista es pintado como un traidor, un sujeto frío, oportunista, cínico, sin compasión, que obra con mala fe, en busca del lucro. William F. Buckley y Joseph Wambaugh, autores de cierto reconocimiento, declararon en el juicio que es perfectamente correcto engañar al entrevistado, pues la responsabilidad última no es con él, sino con el libro. ¿Es así siempre? Malcolm remueve conciencias, motiva la discusión.
  
Janet Malcolm, 1981.

La frase: «Mientras el novelista, sin temor alguno, se lanza al agua y se expone al público por entero, el periodista permanece tembloroso en la orilla con su traje de baño».



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Pasión y genio
«El hombre que cae» (2003) | Tom Junod


Portada de la revista Esquire, setiembre de 2003.

Páginas iniciales del texto de Tom Junod en Esquire. A la izquierda se observa la fotografía tomada por Richard Drew (9:41 de la mañana del 11 de setiembre de 2001), durante los atentados contra las Torres Gemelas, en el World Trade Center, Nueva York.

«El hombre que cae» («The Falling Man», 2003), de Tom Junod, publicado en la revista Esquirees un emotivo y reflexivo texto periodístico centrado en una de las imágenes más icónicas del 11 de setiembre de 2001: la fotografía tomada por Richard Drew de un hombre cayendo desde una de las Torres Gemelas. 
Junod examina no solo la identidad del hombre que cayó, sino también el impacto emocional y moral de la imagen en la sociedad. Explora la dificultad de procesar visualmente y emocionalmente una tragedia de tal magnitud, y cómo esa imagen, en particular, desafía nuestra capacidad para enfrentar la realidad de la muerte y el horror. 
El periodista se sumerge en los intentos de identificar al hombre y en las reacciones de sus posibles familiares, quienes buscan evitar que el hombre sea recordado de esa manera, luchando contra la crudeza de la verdad que la imagen representa.
El texto logra transformar una imagen momentánea en una profunda reflexión sobre la muerte, el duelo y la naturaleza humana. La estructura es tanto periodística como filosófica, lo que permite al lector confrontar las realidades incómodas que muchas veces preferimos evitar. El estilo narrativo de Junod es directo pero conmovedor, lo que añade una capa emocional que eleva el ensayo más allá de un simple análisis de la fotografía. La empatía con la que aborda el tema, sin sensacionalismo, es uno de los puntos más destacados del texto, logrando un equilibrio entre el respeto por las víctimas y el análisis cultural de la tragedia.
«El hombre que cae» es una pieza que, en su aparente sencillez, revela capas complejas de significado. Junod enfrenta un reto difícil: escribir sobre una tragedia que marcó profundamente la psique colectiva. Su enfoque se aleja de la mera descripción de los hechos y entra en el terreno de la reflexión sobre lo que significa observar, recordar y procesar eventos traumáticos. 
Sin embargo, algunos críticos han señalado que el ensayo, al centrarse en la identidad del hombre, podría desviar la atención de las miles de víctimas en su totalidad, tratando de encontrar respuestas en un solo individuo cuando el alcance de la tragedia es mucho mayor. Cerca de 3.000 personas murieron en los atentados, cometidos aquel día por el grupo terrorista Al Qaeda. Aún así, la virtud de Junod es precisamente su habilidad para personalizar un momento histórico sin reducir su complejidad.
El texto se mantiene como una pieza literaria y periodística de gran relevancia, no solo por su impacto emocional, sino porque invita a la reflexión sobre el papel de la fotografía en el testimonio de las tragedias humanas, y cómo elegimos recordar y honrar a las víctimas.


Tom Junod. Foto: Hannah Brigida Infantado.

La frase: «¿Alguna vez se han detenido a pensar —entró a decir Sinatra— cómo sería el mundo sin una canción? Sería bastante aburrido».




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Pasión y genio
«Roger Federer como experiencia religiosa» (2006) | David Foster Wallace

Portada del suplemento «Play Magazine», del diario The New York Times, 20 de agosto de 2006.

Roger Federer en la final de Wimbledon 2006 ante Rafael Nadal.

«Roger Federer como experiencia religiosa» («Federer As Religious Experience», 2006), de David Foster Wallace, publicado en suplemento «Play Magazine», del diario The New York Times, examina la figura del suizo Roger Federer no solo como un tenista excepcional, sino también como un símbolo de una experiencia casi religiosa. Wallace utiliza el contexto del tenis para explorar temas más profundos sobre la belleza, la perfección y la búsqueda de significado en la vida. 
Wallace describe la final de Wimbledon 2006 entre Federer y el español Rafael Nadal. El autor destaca el estilo de juego del primero, su elegancia en la cancha y cómo estos elementos crean una experiencia sublime para el espectador. También reflexiona sobre el impacto del deporte en la cultura contemporánea y la forma en que los atletas pueden convertirse en figuras casi mitológicas. Además, menciona las emociones que el tenis puede evocar, tanto en los jugadores como en los aficionados, sugiriendo que el deporte tiene el potencial de unir a las personas en una experiencia compartida.
A medida que avanza el texto, Wallace medita sobre la naturaleza del éxito, la presión que enfrentan los atletas y el significado de la excelencia en el deporte, haciendo paralelismos con la espiritualidad y la búsqueda de la trascendencia.
«Roger Federer como experiencia religiosa» fusiona la crítica cultural con una profunda apreciación por el arte del deporte. Wallace no solo celebra la habilidad técnica de Federer, sino que también plantea preguntas filosóficas sobre lo que significa ser humano y cómo el arte y el deporte pueden elevar nuestra existencia. Su prosa es aguda, a menudo introspectiva, y presenta una mezcla de admiración y análisis crítico que invita al lector a reflexionar sobre su propia relación con el deporte.
Estamos ante un excelente ejemplo del estilo distintivo de Wallace, que combina la erudición con la accesibilidad. Sin embargo, algunos lectores pueden encontrar que su enfoque se pierde en divagaciones filosóficas que, aunque interesantes, pueden alejarse del tema principal del tenis. Por otro lado, la exploración de la figura de Federer como un ícono cultural y religioso puede parecer excesiva o inapropiada para algunos, que podrían argumentar que el deporte no debe ser elevado a tales niveles de significación. A pesar de esto, la capacidad de Wallace para articular la belleza del tenis y su resonancia emocional en la vida de las personas es innegable, haciendo de este ensayo una lectura obligada para aficionados al deporte y a la literatura por igual.


David Foster Wallace, 2006. Foto: AFP.

La frase: «¿Alguna vez se han detenido a pensar —entró a decir Sinatra— cómo sería el mundo sin una canción? Sería bastante aburrido».