La reciente publicación del cuarto volumen de su biografía sobre
Miguel Grau sirve de pretexto para conversar con uno de los protagonistas del periodismo
contemporáneo: Guillermo Thorndike (Lima, 1940), autor además de una treintena de
libros, muchos de ellos auténticos best sellers.
La cita se realiza en su casa de calle Roca de Vergallo, Magdalena
del Mar.
Usted ha publicado cuatro libros
referidos a la guerra contra Chile (1879-1883): 1879 (1977), El viaje
de Prado (1977), Vienen los chilenos (1978) y La batalla de Lima
(1979). De la biografía de Miguel Grau, usted ha publicado cuatro de seis volúmenes.
Casi tres mil páginas. ¿Por qué se interesa tanto en un periodo trágico de la historia
del Perú?
—Casi todos los periodos son trágicos en la historia
del Perú. Estoy pensando en El año de la barbarie (1969), la rebelión en
Trujillo de 1932; en No, mi general(1976), la caída de Velasco; Maestra
vida: novela verdad (1997), la biografía de Horacio Zeballos, el fundador del
Sutep. El Perú no es una comedia. ¿Por qué Grau? En 1997 volví a leer con mucho
cuidado el primer libro sobre la guerra, 1879, y sentí que el personaje era
mucho más grande de lo que se reflejaba allí.
En Los hijos de los libertadores
(2006), primer tomo de su biografía, se refiere acerca de la madre de Grau, Luisa
Seminario del Castillo. Menciona algo poco conocido: que ella tuvo hijos con diversos
padres. ¿Este hecho fue ocultado como algunos creen?
—El padre, Juan Manuel Grau, tuvo veinte hijos
en Piura. Tal vez 25. Hay que colocarnos en el contexto. Hacia 1822 pasan por Piura
los tres capitanes colombianos con quien tendría hijos la señora Seminario, con
muchos soldados rumbo a las guerras que se librarían en el sur. Hay una epidemia
de amores desesperados en todo el Perú. Ella se casa con Pío Díaz, con quien tuvo
tres hijos, pero este viaja al norte y desaparece por diez años. Al cabo de tres
años, ella se compromete con Juan Manuel Grau, con quien tuvo cuatro hijos. Más
adelante tuvo una hija con Carlos Elisalde. Entonces reapareció en Piura el ya teniente
coronel Pío Díaz y la señora Seminario volvió con él; aun tuvieron una hija.
El futuro héroe se vuelve marino
a los 7 años. Años después, entre otros trabajos, transportó culíes. ¿Cómo describe
esa experiencia?
—Grau solo hizo un viaje de China a San Francisco,
como tripulante de un buque que llevaba culíes. Nunca trajo chinos al Perú. ¿Qué
participación tuvo? Es como si me preguntaras qué participación tuvo Grau en el
negocio del guano. Entonces había mil buques anuales que llevaban guano a Liverpool
y a otros puertos del mundo. Él llevó guano porque era algo común. Por otro lado,
estuvo en una aventura para traer canacas, polinesios. Y naufragó. Era algo perfectamente
legal, además.
Grau es considerado un demócrata
por haber sido diputado por Paita, pero en 1856, cuando era alférez de fragata,
se reveló contra un gobierno constitucional, contra el régimen de Ramón Castilla.
¿Cómo explica este hecho?
—Eso sucedió cuando se rechazaba la Constitución
liberal, con José Gálvez deportado a Chile y diversos escándalos posteriores a la
Consolidación, como el de la manumisión de los esclavos. Vivanco, a quien el alférez
Grau apoyó con el teniente segundo Lizardo Montero, era visto como un hombre muy
honesto.
¿No hay una contradicción?
—Bueno, pues, lo hizo a los 22 años. Además, no
había ninguna democracia en el Perú en ese momento.
Incursión en el periodismo
Pasemos a su trayectoria periodística.
Usted trabajó en La Prensa y Correo. Dirigió luego, durante el régimen
del general Juan Velasco, los diarios La Crónica y La Tercera. ¿No
tuvo algún conflicto por la expropiación de los medios de comunicación el 26 de
julio de 1974?
—Pensé mucho acerca de este hecho, pero creí que
podría funcionar. La izquierda estaba a favor de la expropiación. Recuerdo que durante
el régimen de Francisco Morales Bermúdez clausuraron, a los pocos números, el periódico
obrero El Amauta del Mar, que pertenecía a la Federación de Pescadores del
Perú y en que fui asesor. Los policías vigilaron mi casa mientras escribía No,
mi general. Una vez salí a comprar pan con mi hijo Augusto y en un quiosco vi
que todas las primeras planas de los nuevos semanarios autorizados me atacaban.
Un titular del periódico de Sofocleto decía: «Willy, coca, pito». Al lado había
un dibujo psicodélico en que yo aparecía flotando en medio de una nube llena de
flores hecho por el Flaco Hague, quien había sido mi caricaturista en La
Crónica. (Risas). El periodismo no conoce fronteras.
Más tarde escribió con Francisco
Lombardi el guion del filme Muerte al amanecer (1977).
—Él hizo el guion técnico y yo, el guion literario.
Se basa en un texto que publiqué en el suplemento «Estampa», de Expreso,
en 1973. Se inspira en una experiencia personal. Mi padre era ministro de Justicia
de Manuel Prado Ugarteche y firmó la orden de ejecución de Jorge Villanueva Torres.
Entonces yo iba a practicar esgrima militar con el director de la Penitenciaría,
el comandante Salvador Mariátegui, campeón de esta disciplina durante muchos años.
Recuerdo que me afeitaba Mamoru Shimizu, natural de Hiroshima, a quien acusaron
de matar a los siete miembros de su familia. En esas circunstancias conocí a Villanueva
Torres, a quien decían «El Monstruo de Armendáriz». Conversé mucho con él, lo vi
cultivar legumbres en un pedacito de su celda aislada, y llegué a la convicción
de que este hombre era inocente. Se lo dije a mi padre, pero solo el presidente
podía dar el perdón. Vi la ejecución, que ocurrió el 12 de diciembre de 1957. Lo
que pasó es lo que está en la película de Lombardi.
En 1979 fue jefe de prensa en
la campaña política de su amigo Alfonso Barrantes y luego dirigió El Diario de
Marka. ¿Por qué la izquierda de entonces no llegó al poder?
—Recuerdo que estaba en la casa del Chino
Domínguez cuando llegó Alfonso Barrantes. Se quejó de que nadie lo apoyaba. «Incluso
El Diario de Marka», dijo. Le sugerí que yo podía hablar con Jorge Flores
Lamas, director del diario, si me autorizaba. Ahí mismo me designó como jefe de
prensa. En El Diario de Marka me dijeron que cerraban muy temprano. Los mítines
de la izquierda eran los que más tarde empezaban y tenían una salchicha de oradores.
En una reunión con los partidos de izquierda les pedí hacer los mítines mucho más
temprano. Dijeron que no se podía. Jorge del Prado me apoyó. Hicimos la prueba con
un mitin en la plaza 2 de Mayo. Era la primera vez que un mitin de la izquierda
empezaba a las cinco de la tarde. El Chino trepó a una escalera y empezó a tomar
fotos. Simulábamos estar en un discurso. Barrantes se paraba frente al micrófono,
gesticulaba, y el público agitaba sus pancartas. Ya él previamente nos había dicho
lo que iba a decir. Con eso hacíamos la crónica. A las siete llegábamos con las
fotos mojadas. Luego asumí la dirección, con la condición de que Jorge Flores Lamas
fuera el director general.
En 1981 fue director fundador
de La República y en 1985 de El Popular. ¿Qué recuerda de esa experiencia?
¿Por qué abandonó estos proyectos?
—Coincidí con Gustavo Mohme, quien era indeclinablemente
socialista, pese a su extracción empresarial. Al mes de salir el periódico teníamos
tal fracaso que los accionistas querían cerrarlo. Entonces salíamos a las cuatro
de la tarde. Pedí permiso para pasar a la mañana. Pero no querían. Empecé a «equivocarme».
Salimos a las 11 de la mañana. Después vino la bendición: el Mundial de España.
Tuvimos que salir a las siete de la mañana. Los canillas se iban a ver los partidos
de fútbol a las diez. Tratar el caso del Loco Vicharra, que era una especie
de Robin Hood limeño, favoreció también las ventas. Por otro lado, el editor de
Espectáculos, Manolo Salerno, hizo unos casetes de propaganda con el contenido del
diario y los difundió en una quincena de radios que transmitían en la madrugada.
Desde las cuatro de la mañana la gente era bombardeada con las noticias que se publicarían
en La República. La circulación empezó a subir asombrosamente. Teníamos 15
mil en enero y a fines de marzo alcanzamos 180 mil ejemplares. Ningún periódico
en el mundo ha tenido un despegue como el de La República. Llegó a vender
250 mil ejemplares con la historia de Uchuraccay. El Popular salió vendiendo
más de 100 mil ejemplares. Ambos diarios sumaban el 37 por ciento del mercado de
lectores de periódicos del país. ¿Por qué me fui? Alan García era presidente y era
muy amigo mío. Creo que fue para mejor.
En 1990 dirige el diario Página
Libre, que levantó la figura del hasta entonces desconocido Alberto Fujimori...
—Nuestro primer titular fue: «Se cae el Fredemo».
Le volteamos la escalerita. Todo el Fredemo pensó que éramos una especie de psicosocial.
En Página Libre participó una generación brillante, como Enrique Sánchez
Hernani, Jorge Pimentel, Enrique Verástegui, Jorge Frisancho, Tulio Mora, Carlos
Sotomayor, Mañuco Scorza, Sergio Oquendo, uf...
Beto Ortiz...
—Beto Ortiz era el más inconforme porque no le
publiqué un reportaje que consideré no tenía suficiente fundamento en sus fuentes.
Lo cierto es que yo hacía el periódico como a mí me parecía. La aventura del Fredemo
me resultaba impropia para el momento que vivía el país. La gente iba a sus reuniones
como a un evento social. Se vestía como si fuesen a una boda. Ocupaba zonas privilegiadas.
¿Dónde estaba el pueblo?
¿Por eso apoyó a Fujimori?
—Cuando apareció el nombre de Fujimori en el diario
yo estaba internado en una clínica, casi muerto por el primer caso de cólera morbo
que se registró en el país por ese tiempo. Ocurrió a los dos o tres días de haber
salido el primer número. Recuerdo haber abierto los ojos y ver a mi costado a Iván
García Mayer, que era el subdirector y había tomado las riendas del diario. Él me
dijo: «Fujimori ha subido dos puntos en las encuestas». Eso significaba que había
pasado de uno a tres. ¿Era noticia o no? Claro que sí. El Fredemo había caído dos.
«¿Va en primera plana?», me preguntó. Yo le asentí con la cabeza. Y volví a quedar
inconsciente. Acá no hubo ninguna confabulación para traerse abajo la candidatura
de Vargas Llosa, como lo han pintado. Un periódico de 39 mil ejemplares no puede
tumbarse una candidatura. Además, no circulaba en provincias. La candidatura de
Vargas Llosa se caía sola. Otra cosa: cada vez que no poníamos el nombre de Fujimori
en las primeras planas, el periódico bajaba 5 mil ejemplares o más en sus ventas.
¿Qué opina del duro comentario
de Mario Vargas Llosa en sus memorias, El pez en el agua (1993), acerca de
usted: «El más exquisito producto que el periodismo de estercolero haya forjado
en el Perú»?
—No opino.
En 1990 dirigió la revista Ayllu
y, al año siguiente, publicó Los topos, que narra la huida de 48 integrantes
del MRTA de la prisión de Canto Grande, entre ellos el líder Víctor Polay. ¿Qué
recuerda acerca de esto?
—Recuerdo mi entrevista en la clandestinidad con
Víctor Polay. Pasé seis días encerrado en una habitación que no tenía ventanas con
Hugo Avellaneda, dirigente del MRTA, encargado de vigilarme. La puerta se abría
desde afuera y la cuidaba un encapuchado. Nunca supe dónde estuve, me llevaron después
de un viaje de tres horas, como si me hubieran secuestrado, con los ojos vendados
y en diferentes vehículos.
Ahí le contaron lo de la fuga.
—Me pusieron frente a un alto de casetes, una radiograbadora,
papel y lápiz. Me dijeron: «Puedes transcribir». Eran 45 horas de grabación. Hasta
que no terminé de transcribir no se consideró que mi trabajo había terminado. La
historia de la fuga estaba contada por los protagonistas a unos periodistas extranjeros.
La persona con la que yo estaba, Avellaneda, único de la dirección del MRTA que
queda libre en el mundo, además un hombre muy inteligente, me ampliaba los datos.
Nos fuimos haciendo muy amigos. En estos casetes estaba relatada la fuga, la preparación
y todo. No supe que fue dirigida por Néstor Cerpa Cartolini, porque ellos usaban
nombres de combate. Y no lo supe hasta mucho después, hasta la toma de la residencia
del embajador japonés.
Las letrinas de Fujimori
¿Qué diría de su paso por La
Nación y La Razón, diarios vinculados al hoy expresidente Fujimori, los
cuales dirigió?
—Hay épocas en las que uno tiene que trabajar limpiando
baños, letrinas, para tener horas y dedicarlas a la escritura de sus libros. Eso
de que qué vida tan dura tuvo Kafka... Carajo, qué vida tan dura tenemos todos los
que estamos escribiendo en el mundo.
También tuvo...
—No tanto La Razón, que no fue un trabajo
agradable, pero que no fue comparable con La Nación... Trabajé en La Nación
tres meses, pero usaron mi nombre durante cinco años, hasta que casi tuve que amenazar
de muerte a Ramírez Erazo para que retirara mi nombre de su periódico. Fue un diario
que extorsionaba. Cuántos pensarán que soy un extorsionador, un miserable. No había
manera. A ver métele un juicio a Ramírez Erazo.
Su cercanía al APRA se evidencia
con la amistad que tuvo con Haya de la Torre, el fundador de este partido. Además
con los libros El año de la barbarie, que refiere la rebelión contra el régimen
de Luis Sánchez Cerro en 1932, en la cual murieron —según su reportaje— cinco mil
apristas...
—Mi libro se refiere a 600 confirmados. Hay cinco
mil apristas desaparecidos cuyos nombres están escritos en un monumento en Trujillo.
Cien fueron fusilados en Chan Chan. Pero a cuarenta ya los habían ejecutado desde
el 11 o 12 de julio, cuando empezó el paredón en Mansiche, así que, para completar
cien cadáveres, metieron en el grupo a cuarenta que no tenían nada que ver.
También publicó La revolución
imposible (1988), que trata acerca de los problemas del primer régimen de Alan
García; La gran persecución (2004), coescrito con Armando Villanueva, que
se centra en el régimen de Manuel A. Odría (1948-1956). ¿Cómo describe su relación
con el actual partido de gobierno?
—Hasta hace poco pensaba que yo me había acercado
a Haya de la Torre. Y fue al revés: él hacía que me acercase a él. Haya se preguntaba:
«¿Quién puede contar nuestra historia?». Tenía que ser alguien que no fuera del
partido. De todos, se fijó en mí. Unos amigos suyos me lo presentaron en Trujillo.
Tuvimos una amistad muy especial, una relación entre alguien que escribe y un biografiado
inteligente. Siempre era el maestro, pero teníamos una cierta horizontalidad imposible
en el caso de mucha otra gente que tenía una relación partidaria con Haya.
¿Sigue siendo amigo de Alan
García?
—Antes de que llegara a la Presidencia por segunda vez,
lo visité varias veces y nos hablábamos por teléfono. Después intenté felicitarlo,
pero estaba demasiado ocupado. No nos hemos vuelto a ver.
* Publicado como «El Perú no es una comedia», en el
suplemento «Semana», del diario La Primera, Lima, 22 de junio de 2008,
páginas 4-6.
1 comentario:
El título del artículo debería ser: Guillermo Thorndike: A lo que un hombre es capaz de descender por un plato de lentejas.
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