2 de diciembre de 2015

Crítica: Los detectives salvajes (1998) | Roberto Bolaño

Muchas caras del exilio

Edición española.

Los detectives salvajes (1998), del chileno Roberto Bolaño, es una novela de enormes méritos y algunos defectillos. Un libro que abarca numerosos escenarios, y cuenta con una gran cantidad de personajes, diversos modos de hablar y cientos de historias.
La novela, que se desarrolla de 1975 a 1996, se ambienta principalmente en México y trata acerca de los fundadores de un grupo literario vanguardista. Se centra en los dos líderes del movimiento real visceralista: el chileno Arturo Belano y el mexicano Ulises Lima, quienes, tras enfrentarse a un proxeneta, se dirigen al desierto de Sonora, al norte del país, en busca de su mentora literaria, Cesárea Tinajero, que publicó algunos poemas de vanguardia en la década de 1920. Un incidente sangriento los empuja a huir, con rumbos distintos, a Europa, donde coinciden en ciertos lugares.

Ediciones en alemán, francés, inglés e italiano.

Ulises Lima viaja a Francia, Israel y Austria. Más tarde vuelve a México, se pierde en Nicaragua y retorna a su país. Arturo Belano, en cambio, pasa la mayor parte del tiempo en Cataluña, donde tiene empleos menores, publica su primera novela y se vuelve corresponsal de guerra en África para un diario madrileño.
La primera y la tercera parte del libro lo constituyen el diario personal de un integrante de los real visceralistas, Juan García Madero, un huérfano adolescente que vive con sus tíos, estudiante de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). ¿Por qué se reserva lo ocurrido en el desierto de Sonora para el final? ¿Por qué interrumpir el relato el último día de 1975 y volver después de un largo paréntesis? Para mantener el suspenso. Para explicar la huida de Belano y Lima del país.
Formada por 93 monólogos de 53 personajes, la segunda parte comprende los dos tercios del libro. Al inicio de cada monólogo se indica en negritas a quién pertenece, en qué lugar y cuándo se relata la historia (por ejemplo: María Font, calle Colima, colonia Condesa, México D. F., diciembre de 1976). Estas narraciones se distribuyen con cierto orden cronológico y temático en 26 secciones.
Subgénero de la autobiografía, el diario personal ha sido empleado en la novela en varias ocasiones. Ejemplos célebres son Diario del año de la peste (A Journal of the Plague Year, 1722), del británico Daniel Defoe; Corazón (Cuore, 1886), del italiano Edmundo de Amicis; Memorias de Adriano (Mémoires d’Hadrien, 1951), de la francesa Marguerite Yourcenar; La tregua (1960), del uruguayo Mario Benedetti.
En Los detectives salvajes llama la atención que un poeta de 17 años que da sus primeros pasos en la poesía anote en su diario personal observaciones brillantes y narre con pericia lo que le ocurre. Las mejores páginas del libro son, sin duda, el primer diario de García Madero y ciertos monólogos de la segunda parte. Este aspirante a escritor describe la Ciudad de México, entonces, en 1975, con una población de catorce millones de habitantes, con detalles, sin dejar de lado el habla propia de su país. Un caso: «Lo quiero un chingo [montón]».
Por desgracia, la novela es excesiva, sobre todo en la segunda parte. Hay frases, párrafos y páginas innecesarios. La relación que hace Amadeo Salvatierra de los poetas vanguardistas que participaron en una revista de 1921 es fatigosa. La primera parte del testimonio del neonazi austriaco Heimito Künst es soporífero. Lo mismo el tercer relato de la estadounidense Bárbara Patterson y el sexto relato del insano arquitecto Joaquín Font. Otro caso es la narración de la judía Edith Oster, que tiene que ver más con ella que con Belano, su expareja. El monólogo del gallego Xosé Lendoiro, abogado, poeta y editor de una revista literaria, cansa con sus latinismos. Las declaraciones ofrecidas en la Feria de Libro de Madrid de 1994 agotan de igual modo. En la tercera parte, García Madero fatiga con sus explicaciones de algunas figuras literarias. Además, ciertos relatos, aunque interesantes, no tienen mucho que ver con el foco de la historia. Asimismo, unas historias encajan de modo perfecto y otras, no.
Por otro lado, la novela es una autobiografía encubierta. Arturo Belano es el álter ego de Roberto Bolaño. Hay muchos puntos del personaje que coinciden con la vida del autor. Su infancia en Valparaíso, sus estudios escolares en México, su simpatía inicial con el trotskismo, su breve retorno a Chile antes del golpe de Estado del general Augusto Pinochet en 1973, su vuelta al Distrito Federal, su admiración por la poesía de su compatriota Nicanor Parra por encima de Pablo Neruda, su militancia en un grupo literario que se subleva contra el sistema imperante, sus constantes paseos nocturnos, su vicio por el cigarrillo, su trabajo de vigilante en un camping cerca de Barcelona, su vida con aprietos económicos en Europa, su constante participación en pequeños concursos literarios en España, su enfermedad hepática. Hay que anotar que algunos aspectos de Belano están al margen de la ley: vive de ilegal, trafica marihuana y está envuelto en un crimen. Lo mismo pasa con García Madero, quien robaba libros, acto que practicó Bolaño, según propia confesión.
  
Augusto Pinochet.


El contacto de la realidad es mayor, algo que no le da méritos a una novela, pues lo importante aquí es el poder del hechizo del escritor, su forma efectiva y singular de narrar. Sin embargo, es de interés del lector saber qué experiencias verdaderas sirvieron al autor. Los real visceralistas se basan en el movimiento infrarrealista, fundado por Bolaño y Mario Santiago Papasquiaro, fallecido en 1998. Esta corriente vanguardista se oponía, como el grupo literario de Los detectives salvajes, al establishment literario mexicano, liderado por el poeta Octavio Paz. En ocasiones se manifestaba con sabotajes en recitales de poetas consagrados.
Ulises Lima, en cambio, se basa en Mario Santiago Papasquiaro. En una entrevista de 1999, Bolaño cuenta una anécdota acerca de la pasión de este por la lectura: «Siempre veía mis libros mojados y no sabía qué había ocurrido. ¿Será que México es tan grande que puede llover en ciertas partes?, me pregunté, hasta que lo sorprendí leyendo en la ducha». Fuera de su país, Papasquiaro vivió en Barcelona, París, Tel Aviv y Viena.
En la segunda parte de Los detectives salvajes hay un monólogo del escritor mexicano Carlos Monsiváis, fechado en mayo de 1976, que recuerda a Lima y Belano, quienes criticaban a Octavio Paz sin ofrecer ideas contundentes. No le reconocían ningún mérito al célebre poeta. Monsiváis agrega que les pidió una crítica para publicarla en una revista. «Todavía la estoy esperando», sentencia. Más adelante la secretaria de Octavio Paz cuenta el encuentro de este con Ulises Lima en un parque de Ciudad de México. Ambos célebres autores son seres reales ficcionalizados. Otro escritor que figura en el libro es el novelista catalán Juan Marsé, quien brinda ayuda a la madre de Belano.
  
Octavio Paz.


Sin mencionar sus nombres, dos escritores que fueron promesas literarias del continente son retratados con dureza. En un culto a la chismografía, hay que afirmar que todas las pistas señalan al poeta peruano Enrique Verástegui y al narrador cubano Reinaldo Arenas. El primero obtuvo una beca que le permitió viajar al extranjero, fue «un maoísta de salón» en París, años después volvió al Perú y abrazó la Iglesia católica, mientras el país se desangraba por obra de Sendero Luminoso. Su mujer lo abandonó, fue mantenido por sus padres y no tenía el sentido del ridículo en las autoalabanzas. El segundo fue reprimido por la Revolución cubana por ser homosexual y estuvo en prisión. Por fortuna, huyó a Estados Unidos, pero contrajo el sida. Tiempo después se suicidó.
  
Enrique Verástegui.


Otro aspecto de interés es que en Los detectives salvajes se respira sexo en muchas partes. García Madero cuenta la pérdida de su virginidad en páginas brillantes. Tras tener relaciones con la guapa María Font, este jovenzuelo convive con la mesera Rosario y tiene aventuras sexuales con la adolescente prostituta Lupe. Todo ocurre en breve tiempo. La lista de amantes de Belano, por su parte, es amplia y está compuesta por jóvenes de diversas nacionalidades. Dos casos: la francesa Simone Darrieux, masoquista y lectora del marqués de Sade, y la inglesa Mary Watson, estudiante a quien conoció cerca de Barcelona. Hay un episodio cómico digno de mención, ocurre cuando Lendoiro encuentra a su hija en acrobacias sexuales con el poeta chileno.
En relación con personajes de distintos países, se encuentra en el libro una variedad de modos de hablar. Aquí tres ejemplos. El emigrante chileno Andrés Ramírez: «Me lo dieron al tiro [de inmediato]». El poeta peruano Hipólito Garcés: «Estaba cagado [muerto] de miedo». La culturista española María Teresa Solsona Ribot: «El nombre es cutre, hortera [de mal gusto]». Donde no acierta el autor es en la forma particular de expresarse de los argentinos.
Sigamos con el lenguaje: hay cuatro correctores de textos en la novela. Las poetas real visceralistas María Font y Xóchitl García se dedican a este oficio en diferentes periódicos, el novelista ecuatoriano Vargas Pardo y el chileno Felipe Müller hacen lo propio en una editorial mexicana y española, respectivamente. Es lamentable, sin embargo, el descuido en la difundida edición de Anagrama. Veamos cinco casos. Dice: «cincuentaicinco», «botella de Lulú sabor fresa», «jugaba a fútbol», «Saint John Perse», «manténte». Debe decir: «cincuenta y cinco», «botella de Lulú sabor a fresa», «jugaba al fútbol», «Saint-John Perse», «mantente».
En cuanto a recoger diversos testimonios acerca de un mismo hecho, esto permite comparar Los detectives salvajes con Rashomon (1950), largometraje del japonés Akira Kurosawa. Esto se ve nítidamente en el modo de tratar el duelo de espadas que protagonizan Belano y el crítico literario Iñaki Echevarne. Así, la enfermera Susana Puig, el pintor Guillem Piña y Jaume Planells ofrecen sus puntos de vista de lo ocurrido.
¿Qué antecedentes tiene Los detectives salvajes? Muchos comparan la novela de Bolaño con Rayuela (1963), del argentino Julio Cortázar. En un artículo publicado en el diario chileno Las Últimas Noticias, en 1998, Javier Aspurúa considera que la novela del chileno es una gran summa del exilio latinoamericano. Si el exilio en las décadas de 1950 y 1960 era voluntario y por razones culturales más que políticas, el de las décadas siguientes opera a la inversa. Ambas obras se aproximan también a la literatura como tema. Cortázar propone la tesis del lector macho, el que participa activamente en el desentrañado textual. Bolaño pone a los real visceralistas en busca de los orígenes de las vanguardias más marginales. Plantea, así, «una nueva actitud para escritores y lectores, una nueva manera de entender el oficio del escritor y la tarea del lector, tal como lo hizo, en su momento, Cortázar», afirma Aspurúa.
Por último, el título de la obra puede confundir. No se trata de un policial exactamente. Tampoco Belano y Lima son «salvajes». Por otro lado, una pregunta queda flotando al cerrar el libro: ¿qué le ocurrió a García Madero? ¿Él es quien recoge los testimonios de la segunda parte? Mmm. Un monólogo se dirige a Belano. Eso sí es claro. También es claro que Los detectives salvajes es una extraordinaria novela.
  
Roberto Bolaño.


La frase:
VIAJAR. «No hay nada como viajar para ensanchar la cultura. Pero también para afinar la sensibilidad» (Los detectives salvajes, Roberto Bolaño).

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