2 de diciembre de 2015

Crítica: El nombre de la rosa (1980) | Umberto Eco

Misteriosos crímenes en la abadía
Edición italiana.

Estamos en la Edad Media. Unos extraños asesinatos ocurren en una abadía benedictina. Quienes se han propuesto descubrir al autor de estos crímenes son un fraile franciscano y su discípulo. De esto y mucho más trata El nombre de la rosa (Il nome della rosa, 1980), novela del italiano Umberto Eco.
En un juego de cajas chinas, un autor anónimo (¿Umberto Eco?) nos asegura en la introducción que lo que sigue es un manuscrito reencontrado, redactado en latín a fines del siglo XIV por el monje alemán Adso de Melk. Este texto había sido publicado en 1721 por Joannis Mabillon y, casi de manera clandestina, fue traducido al francés por un tal abate Vallet en 1842.

Ediciones en francés, alemán, inglés y castellano.

El relato se divide según las horas del día, como lo hizo James Joyce en su influyente novela Ulises (Ulysses, 1922). Pero, a diferencia del libro del irlandés, los hechos que se narran aquí no ocurren en un solo día, sino en una semana de fines de noviembre de 1327. Semana que pasó Adso de Melk con su sagaz maestro Guillermo de Baskerville en una hermosa abadía ubicada en los montes Apeninos.
Desde su querido monasterio de Melk, el monje alemán narra a los 80 años algo que vio a los 18. Sucesos asombrosos y terribles en los que trata de ser fiel a lo acontecido, sin aventurar ninguna interpretación y comprometiéndose a decir toda la verdad. También con el deseo de ser instructivo y entretenido.
Con algo de misterio, en cierto pasaje, Adso apunta: «Que Dios, la Beata Virgen y todos los santos del Paraíso me asistan ahora en el relato de lo que entonces sucedió». En otras páginas, cuando distribuye el tiempo, escribe: «Vayamos con orden», «de eso ya hablaré más adelante» o «no anticipemos los acontecimientos». Al divagar, él mismo se corrige: «De nuevo me voy por las ramas y no cuento lo que debería contar».
Ubicada en una meseta al norte de Italia, la mencionada abadía poseía la mayor biblioteca de la cristiandad y estaba habitada entonces por alrededor de sesenta monjes, algunos provenientes de lejanas regiones de Europa. El bibliotecario Malaquías de Hildesheim era, como Adso, de origen alemán. El estudioso de la retórica Bencio de Upsala, escandinavo. El celoso vigilante de la biblioteca Jorge de Burgos, que remite al invidente escritor argentino Jorge Luis Borges, provenía de España. Aparte de estos y de los italianos, que eran mayoría lógicamente, había monjes franceses, dacios y griegos.

Sean Connery (Guillermo de Baskerville) y Christian Slater (Adso de Melk) en la adaptación de la novela, estrenada en 1986.

Por el carácter multicultural, por la ubicación del escenario en una meseta y por sus numerosas conversaciones, el libro nos recuerda La montaña mágica (Der Zauberberg, 1924), del alemán Thomas Mann. Como afirma el propio Eco en Apostillas a «El nombre de la rosa» (Postille al nome della rosa, 1983), folleto sobre el proceso creativo de nuestra novela, los libros siempre hablan de otros libros y cada historia cuenta una historia que ya se ha contado.
«Es la única que puede oponerse a las 36 bibliotecas de Bagdad, a los diez mil códices del visir Ibn al-Alkami, y que el número de sus biblias iguala a los 2.400 coranes de que se enorgullece El Cairo», dice Guillermo sobre la biblioteca de la abadía.
Instalada en la segunda planta del edificio, cerca del scriptorium (donde trabajan copistas, anticuarios y miniaturistas), esta biblioteca es para los monjes benedictinos el paraíso terrenal. Sin embargo, los muchos secretos que encierra solo son transmitidos entre el bibliotecario y su ayudante, desde su estructura laberíntica hasta los libros de autores infieles, que, por contener «mentiras», están prohibidos de ser leídos.
Los crímenes tienen que ver, precisamente, con uno de estos libros. Se trata de una obra de Aristóteles, uno de los mayores sabios de la humanidad, la cual versa sobre la comedia, el humor y la risa. Es la segunda parte de Poética (Ποιητική, siglo IV a. C.), obra escrita en griego, de la que solo se conservan 26 capítulos y que es la más antigua consideración sobre los géneros literarios.
¿Por qué tanto temor por este libro? Porque era del «Filósofo». Cada palabra suya —afirma Jorge de Burgos— ha cambiado la imagen del mundo y ha destruido una parte del saber que la cristiandad había acumulado a lo largo de los siglos. Además, para el monje español, la risa es la debilidad, la corrupción, y es capaz de rebelar a las personas contra el orden deseado por Dios. Por eso, aunque Cristo tal vez pudo reír, no se lee en el Evangelio que lo hubiera hecho.
Sin duda, el personaje más admirable es Guillermo de Baskerville, fraile inglés que estudió en París y Oxford, quien durante muchos años desempeñó con eficacia el oficio de inquisidor y al que le encantaba deslumbrar a la gente con la rapidez de sus deducciones. Como el detective Sherlock Holmes, protagonista de varios relatos del británico Arthur Conan Doyle, se deleita al desenredar la intrincada madeja que hay en los casos que se le presentan.
Este fraile franciscano tenía la misión de exponer las tesis de los teólogos del emperador Luis IV de Baviera a los enviados del codicioso papa Juan XXII, quien reinó desde la ciudad francesa de Aviñón (asunto muy criticado por los clérigos italianos). Guillermo de Baskerville opinaba que en las cosas terrenales el pueblo debía ser el legislador y no la Iglesia. También sostenía que el alto clero, al poseer una enorme riqueza material, perdía la pureza y contradecía a la vida pobre que llevó Jesucristo.
Así, se observa una Iglesia agitada por luchas intestinas, con sectas, persecuciones y torturas. Además, despectiva contra la mujer. El venerable monje franciscano Ubertino da Casale le advierte a Adso, en cierto momento, que esta es vehículo del demonio. Su belleza solo existe en la piel, debajo de ella uno encuentra mucosidades, bilis y excremento. La Virgen es la única sublime.
Por todo lo anterior, El nombre de la rosa se lee con deleite entre el público culto y popular, algo que pocas veces ocurre.
  
Umberto Eco (EFE).


La frase:

BELLEZA. «De tres cosas depende la belleza: en primer lugar, de la integridad o perfección, y por eso consideramos feo lo que está incompleto; luego, de la justa proporción, o sea de la consonancia; por último, de la claridad y la luz, y, en efecto, decimos que son bellas las cosas de colores nítidos» (El nombre de la rosa, Umberto Eco).

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