2 de diciembre de 2015

Crítica: El nombre de la rosa (1980) | Umberto Eco

Misteriosos crímenes en la abadía
Edición italiana.

Estamos en la Edad Media. Unos extraños asesinatos ocurren en una abadía benedictina. Quienes se han propuesto descubrir al autor de estos crímenes son un fraile franciscano y su discípulo. De esto y mucho más trata El nombre de la rosa (Il nome della rosa, 1980), novela del italiano Umberto Eco.
En un juego de cajas chinas, un autor anónimo (¿Umberto Eco?) nos asegura en la introducción que lo que sigue es un manuscrito reencontrado, redactado en latín a fines del siglo XIV por el monje alemán Adso de Melk. Este texto había sido publicado en 1721 por Joannis Mabillon y, casi de manera clandestina, fue traducido al francés por un tal abate Vallet en 1842.

Ediciones en francés, alemán, inglés y castellano.

El relato se divide según las horas del día, como lo hizo James Joyce en su influyente novela Ulises (Ulysses, 1922). Pero, a diferencia del libro del irlandés, los hechos que se narran aquí no ocurren en un solo día, sino en una semana de fines de noviembre de 1327. Semana que pasó Adso de Melk con su sagaz maestro Guillermo de Baskerville en una hermosa abadía ubicada en los montes Apeninos.
Desde su querido monasterio de Melk, el monje alemán narra a los 80 años algo que vio a los 18. Sucesos asombrosos y terribles en los que trata de ser fiel a lo acontecido, sin aventurar ninguna interpretación y comprometiéndose a decir toda la verdad. También con el deseo de ser instructivo y entretenido.
Con algo de misterio, en cierto pasaje, Adso apunta: «Que Dios, la Beata Virgen y todos los santos del Paraíso me asistan ahora en el relato de lo que entonces sucedió». En otras páginas, cuando distribuye el tiempo, escribe: «Vayamos con orden», «de eso ya hablaré más adelante» o «no anticipemos los acontecimientos». Al divagar, él mismo se corrige: «De nuevo me voy por las ramas y no cuento lo que debería contar».
Ubicada en una meseta al norte de Italia, la mencionada abadía poseía la mayor biblioteca de la cristiandad y estaba habitada entonces por alrededor de sesenta monjes, algunos provenientes de lejanas regiones de Europa. El bibliotecario Malaquías de Hildesheim era, como Adso, de origen alemán. El estudioso de la retórica Bencio de Upsala, escandinavo. El celoso vigilante de la biblioteca Jorge de Burgos, que remite al invidente escritor argentino Jorge Luis Borges, provenía de España. Aparte de estos y de los italianos, que eran mayoría lógicamente, había monjes franceses, dacios y griegos.

Sean Connery (Guillermo de Baskerville) y Christian Slater (Adso de Melk) en la adaptación de la novela, estrenada en 1986.

Por el carácter multicultural, por la ubicación del escenario en una meseta y por sus numerosas conversaciones, el libro nos recuerda La montaña mágica (Der Zauberberg, 1924), del alemán Thomas Mann. Como afirma el propio Eco en Apostillas a «El nombre de la rosa» (Postille al nome della rosa, 1983), folleto sobre el proceso creativo de nuestra novela, los libros siempre hablan de otros libros y cada historia cuenta una historia que ya se ha contado.
«Es la única que puede oponerse a las 36 bibliotecas de Bagdad, a los diez mil códices del visir Ibn al-Alkami, y que el número de sus biblias iguala a los 2.400 coranes de que se enorgullece El Cairo», dice Guillermo sobre la biblioteca de la abadía.
Instalada en la segunda planta del edificio, cerca del scriptorium (donde trabajan copistas, anticuarios y miniaturistas), esta biblioteca es para los monjes benedictinos el paraíso terrenal. Sin embargo, los muchos secretos que encierra solo son transmitidos entre el bibliotecario y su ayudante, desde su estructura laberíntica hasta los libros de autores infieles, que, por contener «mentiras», están prohibidos de ser leídos.
Los crímenes tienen que ver, precisamente, con uno de estos libros. Se trata de una obra de Aristóteles, uno de los mayores sabios de la humanidad, la cual versa sobre la comedia, el humor y la risa. Es la segunda parte de Poética (Ποιητική, siglo IV a. C.), obra escrita en griego, de la que solo se conservan 26 capítulos y que es la más antigua consideración sobre los géneros literarios.
¿Por qué tanto temor por este libro? Porque era del «Filósofo». Cada palabra suya —afirma Jorge de Burgos— ha cambiado la imagen del mundo y ha destruido una parte del saber que la cristiandad había acumulado a lo largo de los siglos. Además, para el monje español, la risa es la debilidad, la corrupción, y es capaz de rebelar a las personas contra el orden deseado por Dios. Por eso, aunque Cristo tal vez pudo reír, no se lee en el Evangelio que lo hubiera hecho.
Sin duda, el personaje más admirable es Guillermo de Baskerville, fraile inglés que estudió en París y Oxford, quien durante muchos años desempeñó con eficacia el oficio de inquisidor y al que le encantaba deslumbrar a la gente con la rapidez de sus deducciones. Como el detective Sherlock Holmes, protagonista de varios relatos del británico Arthur Conan Doyle, se deleita al desenredar la intrincada madeja que hay en los casos que se le presentan.
Este fraile franciscano tenía la misión de exponer las tesis de los teólogos del emperador Luis IV de Baviera a los enviados del codicioso papa Juan XXII, quien reinó desde la ciudad francesa de Aviñón (asunto muy criticado por los clérigos italianos). Guillermo de Baskerville opinaba que en las cosas terrenales el pueblo debía ser el legislador y no la Iglesia. También sostenía que el alto clero, al poseer una enorme riqueza material, perdía la pureza y contradecía a la vida pobre que llevó Jesucristo.
Así, se observa una Iglesia agitada por luchas intestinas, con sectas, persecuciones y torturas. Además, despectiva contra la mujer. El venerable monje franciscano Ubertino da Casale le advierte a Adso, en cierto momento, que esta es vehículo del demonio. Su belleza solo existe en la piel, debajo de ella uno encuentra mucosidades, bilis y excremento. La Virgen es la única sublime.
Por todo lo anterior, El nombre de la rosa se lee con deleite entre el público culto y popular, algo que pocas veces ocurre.
  
Umberto Eco (EFE).


La frase:

BELLEZA. «De tres cosas depende la belleza: en primer lugar, de la integridad o perfección, y por eso consideramos feo lo que está incompleto; luego, de la justa proporción, o sea de la consonancia; por último, de la claridad y la luz, y, en efecto, decimos que son bellas las cosas de colores nítidos» (El nombre de la rosa, Umberto Eco).

Crítica: Ensayo sobre la ceguera (1995) | José Saramago

La responsabilidad del vidente
Edición portuguesa.

En la novela Ensayo sobre la ceguera (Ensaio sobre a cegueira, 1995), del portugués José Saramago, se ofrece un mundo de ciegos en el que el vidente tiene la responsabilidad de guiar. La protagonista, «la mujer del médico», intenta orientar a un grupo de invidentes en un ambiente de caos absoluto.
Varias pandemias han castigado a la humanidad. La tifoidea, la viruela y la peste bubónica son algunos flagelos. Esta última, por ejemplo, causó en el siglo XIV la muerte de 25 millones de europeos. Igual número de personas falleció en el mundo por la «gripe española» a fines de la década de 1910. Estas experiencias muestran la debilidad del ser humano.

Ediciones en francés, alemán, inglés y castellano.

En la novela de Saramago, una persona pierde la vista repentinamente frente a un semáforo, mientras conducía su auto. Es uno de los primeros casos de la enfermedad. Para evitar la propagación del mal, aíslan a seis personas en un nosocomio abandonado. Aquí cobra importancia «la mujer del médico», que fingía ceguera, pues asume la responsabilidad de aliviar esta tragedia que se expande rápidamente. Si El perfume (Das Parfum, 1985), del alemán Patrick Süskind, exalta el sentido del olfato del protagonista, esta novela del portugués elimina la visión de sus personajes para lanzar dardos contra el egoísmo.
El polémico crítico estadounidense Harold Bloom ha dicho acerca de esta obra: «José Saramago siempre ha sido audazmente imaginativo como novelista. Ensayo sobre la ceguera es su más sorprendente e inquietante libro. Es una fantasía tan persuasiva que deja boquiabierto al lector al darse cuenta de cuán frágil es y será nuestra condición social. Es una novela que perdurará».
En cuanto a un pueblo atacado por una enfermedad, hay novelas anteriores que tratan este tema: Diario del año de la peste (A Journal of the Plague Year, 1722), del inglés Daniel Defoe; La peste (1947), del francés Albert Camus; El amor en los tiempos del cólera (1985), del colombiano Gabriel García Márquez.
¿Cuál es la diferencia? En el libro de Saramago, en medio de la desgracia, hay gente que saca provecho de lo material y de lo sexual de un modo miserable. Un sujeto, llamado irónicamente «el samaritano», ofrece ayuda al parecer de forma desinteresada «al primer ciego», pero se descubre después que lo hizo para robarle el auto.
En el nosocomio donde son encerradas las personas que pierden la vista, veinte ciegos controlan la comida. Piden objetos de valor y sexo con mujeres a cambio de alimentos. Al palpar a «la chica de las gafas oscuras», el jefe de estos pervertidos afirma: «Olé, nos tocó el gordo, ganado como este no había aparecido nunca por aquí». En este contexto, el ser humano se degrada de una forma espantosa.
Pese a la situación extrema, hay esperanza. «El primer ciego» dice al inicio: «Si voy a quedarme así para siempre, me mato». Sin embargo, eso no ocurrirá, pues intenta adaptarse a las circunstancias. La compasión, el desprendimiento y la fraternidad son cualidades del ser humano que la obra resalta. Esto no tiene que ver con alguna religión. Saramago fue un ateo confeso. Es más, la Iglesia católica se enfureció con la publicación de su novela El Evangelio según Jesucristo (O Evangelho Segundo Jesus Cristo, 1991), a la que acusó de blasfema.
  
Alice Braga (la tercera, «la chica de las gafas oscuras»), Danny Glover (el cuarto, «el viejo de la venda negra»), Mark Ruffalo (el quinto, «el médico») y Julianne Moore (la sexta, «la mujer del médico») en la adaptación de la novela, estrenada en 2008.


En una entrevista concedida al diario portugués Público, en 2008, el narrador portugués señaló que deseaba ser recordado por un solo pasaje de Ensayo sobre la ceguera. En esta escena, un perro se aproxima a «la mujer del médico», que llora porque no encuentra a su grupo, y le lame el rostro. «Es uno de los momentos más bellos de mi obra y me gustaría ser recordado como el escritor que creó el personaje del perro de las lágrimas. Lo digo por primera vez, si en el futuro alguien busca al escritor que dejó ese pasaje en su obra. Es el mensaje de la compasión, de la mujer que intenta salvar al grupo en que está su esposo y el perro se aproxima a un ser humano y, como no puede hacer más nada, bebe de sus lágrimas», declaró.
Un aspecto llamativo en varios libros de Saramago es su imagen del poder. «Nadie llega tan alto en la vida militar sin tener razón en todo cuanto piensa, dice y hace», asegura el narrador en cierto pasaje. En otro momento afirma: «Hemos podido ver con qué crueldad quitaron los fuertes el pan de la boca de los débiles». ¿Acaso las sucesivas dictaduras que sufrió Portugal en el siglo XX tienen relación con esta mirada? En este pequeño país ibérico, por buen tiempo, de 1925 a 1975, no se conocieron elecciones libres, y, de 1926 a 1986, quienes gobernaron fueron hombres con botas y fusil.
La novela, sin embargo, jamás menciona explícitamente en qué país se desarrolla la historia. Tampoco se dice en qué año se desenvuelve, pero sin duda es en tiempos recientes, pues en un pasaje se menciona el sida. Los localismos, asimismo, han sido dejados de lado. El lenguaje es estándar, literario, tal vez porque el autor intenta que el relato pueda ambientarse en cualquier parte. Así, quizá pretenda un alcance atemporal y universal. Del mismo modo, nunca se sabe el nombre de los personajes, solo se dice: «el primer ciego», «la mujer del primer ciego», «el médico», «la mujer del médico», «el viejo de la venda negra», «la chica de las gafas oscuras», «el niño estrábico».
En relación con los diálogos, Saramago los presenta luego de una coma, no después de un guion, de dos puntos o de comillas, como es costumbre. Para muestra, un botón. En un pasaje «la mujer del médico» y «la chica de las gafas oscuras» intercambian palabras: «Hoy es hoy, mañana será mañana, y es hoy cuando tengo la responsabilidad, no mañana, si estoy ciega ya, Responsabilidad de qué, La responsabilidad de tener ojos cuando los otros los han perdido, No puedes guiar ni dar de comer a todos los ciegos del mundo, Debería, Pero no puedes, Ayudaré en todo lo que esté a mi alcance». Esta técnica a veces dificulta la identificación de quien habla. Por otro lado, los párrafos son extensos; a veces de una sola oración, lo que exige algo más de atención.
Un punto en contra del libro que se debe resaltar es que hay hechos difíciles de creer. Por ejemplo, que las trescientas personas recluidas pasen hambre. Es una cantidad reducida para cualquier Estado. ¿A nadie se le ocurrió vender las joyas de los que perdían la vista o sus inmuebles? ¿Las personas en cuarentena no tenían familiares que les enviaran comida? Tampoco hay lógica en la forma como pierden o recuperan la vista las personas. ¿Por qué «la mujer del médico» fue la única que no contrajo el mal? El narrador omnisciente parece tener la respuesta cuando dice, acerca de cómo dos personajes ciegos encontraron el camino para reunirse con sus compañeros: «No vale la pena buscar explicaciones, las conjeturas son libres». Sin embargo, es muy reflexivo en otros temas. El libro es abundante en comentarios acerca de cualquier asunto. Uno de ellos dice: «De esa masa estamos hechos, mitad indiferencia y mitad ruindad».
Con una aparente sencillez, Saramago consigue en Ensayo sobre la ceguera una novela admirable contra el egoísmo, la irresponsabilidad, la deshumanización.
  
José Saramago, 2009 (Reuters).


La frase:
LLANTO. «Todos tenemos nuestros momentos de flaqueza, menos mal que todavía somos capaces de llorar, el llanto muchas veces es una salvación, hay ocasiones en que moriríamos si no llorásemos» (Ensayo sobre la ceguera, José Saramago).

Crítica: Los detectives salvajes (1998) | Roberto Bolaño

Muchas caras del exilio

Edición española.

Los detectives salvajes (1998), del chileno Roberto Bolaño, es una novela de enormes méritos y algunos defectillos. Un libro que abarca numerosos escenarios, y cuenta con una gran cantidad de personajes, diversos modos de hablar y cientos de historias.
La novela, que se desarrolla de 1975 a 1996, se ambienta principalmente en México y trata acerca de los fundadores de un grupo literario vanguardista. Se centra en los dos líderes del movimiento real visceralista: el chileno Arturo Belano y el mexicano Ulises Lima, quienes, tras enfrentarse a un proxeneta, se dirigen al desierto de Sonora, al norte del país, en busca de su mentora literaria, Cesárea Tinajero, que publicó algunos poemas de vanguardia en la década de 1920. Un incidente sangriento los empuja a huir, con rumbos distintos, a Europa, donde coinciden en ciertos lugares.

Ediciones en alemán, francés, inglés e italiano.

Ulises Lima viaja a Francia, Israel y Austria. Más tarde vuelve a México, se pierde en Nicaragua y retorna a su país. Arturo Belano, en cambio, pasa la mayor parte del tiempo en Cataluña, donde tiene empleos menores, publica su primera novela y se vuelve corresponsal de guerra en África para un diario madrileño.
La primera y la tercera parte del libro lo constituyen el diario personal de un integrante de los real visceralistas, Juan García Madero, un huérfano adolescente que vive con sus tíos, estudiante de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). ¿Por qué se reserva lo ocurrido en el desierto de Sonora para el final? ¿Por qué interrumpir el relato el último día de 1975 y volver después de un largo paréntesis? Para mantener el suspenso. Para explicar la huida de Belano y Lima del país.
Formada por 93 monólogos de 53 personajes, la segunda parte comprende los dos tercios del libro. Al inicio de cada monólogo se indica en negritas a quién pertenece, en qué lugar y cuándo se relata la historia (por ejemplo: María Font, calle Colima, colonia Condesa, México D. F., diciembre de 1976). Estas narraciones se distribuyen con cierto orden cronológico y temático en 26 secciones.
Subgénero de la autobiografía, el diario personal ha sido empleado en la novela en varias ocasiones. Ejemplos célebres son Diario del año de la peste (A Journal of the Plague Year, 1722), del británico Daniel Defoe; Corazón (Cuore, 1886), del italiano Edmundo de Amicis; Memorias de Adriano (Mémoires d’Hadrien, 1951), de la francesa Marguerite Yourcenar; La tregua (1960), del uruguayo Mario Benedetti.
En Los detectives salvajes llama la atención que un poeta de 17 años que da sus primeros pasos en la poesía anote en su diario personal observaciones brillantes y narre con pericia lo que le ocurre. Las mejores páginas del libro son, sin duda, el primer diario de García Madero y ciertos monólogos de la segunda parte. Este aspirante a escritor describe la Ciudad de México, entonces, en 1975, con una población de catorce millones de habitantes, con detalles, sin dejar de lado el habla propia de su país. Un caso: «Lo quiero un chingo [montón]».
Por desgracia, la novela es excesiva, sobre todo en la segunda parte. Hay frases, párrafos y páginas innecesarios. La relación que hace Amadeo Salvatierra de los poetas vanguardistas que participaron en una revista de 1921 es fatigosa. La primera parte del testimonio del neonazi austriaco Heimito Künst es soporífero. Lo mismo el tercer relato de la estadounidense Bárbara Patterson y el sexto relato del insano arquitecto Joaquín Font. Otro caso es la narración de la judía Edith Oster, que tiene que ver más con ella que con Belano, su expareja. El monólogo del gallego Xosé Lendoiro, abogado, poeta y editor de una revista literaria, cansa con sus latinismos. Las declaraciones ofrecidas en la Feria de Libro de Madrid de 1994 agotan de igual modo. En la tercera parte, García Madero fatiga con sus explicaciones de algunas figuras literarias. Además, ciertos relatos, aunque interesantes, no tienen mucho que ver con el foco de la historia. Asimismo, unas historias encajan de modo perfecto y otras, no.
Por otro lado, la novela es una autobiografía encubierta. Arturo Belano es el álter ego de Roberto Bolaño. Hay muchos puntos del personaje que coinciden con la vida del autor. Su infancia en Valparaíso, sus estudios escolares en México, su simpatía inicial con el trotskismo, su breve retorno a Chile antes del golpe de Estado del general Augusto Pinochet en 1973, su vuelta al Distrito Federal, su admiración por la poesía de su compatriota Nicanor Parra por encima de Pablo Neruda, su militancia en un grupo literario que se subleva contra el sistema imperante, sus constantes paseos nocturnos, su vicio por el cigarrillo, su trabajo de vigilante en un camping cerca de Barcelona, su vida con aprietos económicos en Europa, su constante participación en pequeños concursos literarios en España, su enfermedad hepática. Hay que anotar que algunos aspectos de Belano están al margen de la ley: vive de ilegal, trafica marihuana y está envuelto en un crimen. Lo mismo pasa con García Madero, quien robaba libros, acto que practicó Bolaño, según propia confesión.
  
Augusto Pinochet.


El contacto de la realidad es mayor, algo que no le da méritos a una novela, pues lo importante aquí es el poder del hechizo del escritor, su forma efectiva y singular de narrar. Sin embargo, es de interés del lector saber qué experiencias verdaderas sirvieron al autor. Los real visceralistas se basan en el movimiento infrarrealista, fundado por Bolaño y Mario Santiago Papasquiaro, fallecido en 1998. Esta corriente vanguardista se oponía, como el grupo literario de Los detectives salvajes, al establishment literario mexicano, liderado por el poeta Octavio Paz. En ocasiones se manifestaba con sabotajes en recitales de poetas consagrados.
Ulises Lima, en cambio, se basa en Mario Santiago Papasquiaro. En una entrevista de 1999, Bolaño cuenta una anécdota acerca de la pasión de este por la lectura: «Siempre veía mis libros mojados y no sabía qué había ocurrido. ¿Será que México es tan grande que puede llover en ciertas partes?, me pregunté, hasta que lo sorprendí leyendo en la ducha». Fuera de su país, Papasquiaro vivió en Barcelona, París, Tel Aviv y Viena.
En la segunda parte de Los detectives salvajes hay un monólogo del escritor mexicano Carlos Monsiváis, fechado en mayo de 1976, que recuerda a Lima y Belano, quienes criticaban a Octavio Paz sin ofrecer ideas contundentes. No le reconocían ningún mérito al célebre poeta. Monsiváis agrega que les pidió una crítica para publicarla en una revista. «Todavía la estoy esperando», sentencia. Más adelante la secretaria de Octavio Paz cuenta el encuentro de este con Ulises Lima en un parque de Ciudad de México. Ambos célebres autores son seres reales ficcionalizados. Otro escritor que figura en el libro es el novelista catalán Juan Marsé, quien brinda ayuda a la madre de Belano.
  
Octavio Paz.


Sin mencionar sus nombres, dos escritores que fueron promesas literarias del continente son retratados con dureza. En un culto a la chismografía, hay que afirmar que todas las pistas señalan al poeta peruano Enrique Verástegui y al narrador cubano Reinaldo Arenas. El primero obtuvo una beca que le permitió viajar al extranjero, fue «un maoísta de salón» en París, años después volvió al Perú y abrazó la Iglesia católica, mientras el país se desangraba por obra de Sendero Luminoso. Su mujer lo abandonó, fue mantenido por sus padres y no tenía el sentido del ridículo en las autoalabanzas. El segundo fue reprimido por la Revolución cubana por ser homosexual y estuvo en prisión. Por fortuna, huyó a Estados Unidos, pero contrajo el sida. Tiempo después se suicidó.
  
Enrique Verástegui.


Otro aspecto de interés es que en Los detectives salvajes se respira sexo en muchas partes. García Madero cuenta la pérdida de su virginidad en páginas brillantes. Tras tener relaciones con la guapa María Font, este jovenzuelo convive con la mesera Rosario y tiene aventuras sexuales con la adolescente prostituta Lupe. Todo ocurre en breve tiempo. La lista de amantes de Belano, por su parte, es amplia y está compuesta por jóvenes de diversas nacionalidades. Dos casos: la francesa Simone Darrieux, masoquista y lectora del marqués de Sade, y la inglesa Mary Watson, estudiante a quien conoció cerca de Barcelona. Hay un episodio cómico digno de mención, ocurre cuando Lendoiro encuentra a su hija en acrobacias sexuales con el poeta chileno.
En relación con personajes de distintos países, se encuentra en el libro una variedad de modos de hablar. Aquí tres ejemplos. El emigrante chileno Andrés Ramírez: «Me lo dieron al tiro [de inmediato]». El poeta peruano Hipólito Garcés: «Estaba cagado [muerto] de miedo». La culturista española María Teresa Solsona Ribot: «El nombre es cutre, hortera [de mal gusto]». Donde no acierta el autor es en la forma particular de expresarse de los argentinos.
Sigamos con el lenguaje: hay cuatro correctores de textos en la novela. Las poetas real visceralistas María Font y Xóchitl García se dedican a este oficio en diferentes periódicos, el novelista ecuatoriano Vargas Pardo y el chileno Felipe Müller hacen lo propio en una editorial mexicana y española, respectivamente. Es lamentable, sin embargo, el descuido en la difundida edición de Anagrama. Veamos cinco casos. Dice: «cincuentaicinco», «botella de Lulú sabor fresa», «jugaba a fútbol», «Saint John Perse», «manténte». Debe decir: «cincuenta y cinco», «botella de Lulú sabor a fresa», «jugaba al fútbol», «Saint-John Perse», «mantente».
En cuanto a recoger diversos testimonios acerca de un mismo hecho, esto permite comparar Los detectives salvajes con Rashomon (1950), largometraje del japonés Akira Kurosawa. Esto se ve nítidamente en el modo de tratar el duelo de espadas que protagonizan Belano y el crítico literario Iñaki Echevarne. Así, la enfermera Susana Puig, el pintor Guillem Piña y Jaume Planells ofrecen sus puntos de vista de lo ocurrido.
¿Qué antecedentes tiene Los detectives salvajes? Muchos comparan la novela de Bolaño con Rayuela (1963), del argentino Julio Cortázar. En un artículo publicado en el diario chileno Las Últimas Noticias, en 1998, Javier Aspurúa considera que la novela del chileno es una gran summa del exilio latinoamericano. Si el exilio en las décadas de 1950 y 1960 era voluntario y por razones culturales más que políticas, el de las décadas siguientes opera a la inversa. Ambas obras se aproximan también a la literatura como tema. Cortázar propone la tesis del lector macho, el que participa activamente en el desentrañado textual. Bolaño pone a los real visceralistas en busca de los orígenes de las vanguardias más marginales. Plantea, así, «una nueva actitud para escritores y lectores, una nueva manera de entender el oficio del escritor y la tarea del lector, tal como lo hizo, en su momento, Cortázar», afirma Aspurúa.
Por último, el título de la obra puede confundir. No se trata de un policial exactamente. Tampoco Belano y Lima son «salvajes». Por otro lado, una pregunta queda flotando al cerrar el libro: ¿qué le ocurrió a García Madero? ¿Él es quien recoge los testimonios de la segunda parte? Mmm. Un monólogo se dirige a Belano. Eso sí es claro. También es claro que Los detectives salvajes es una extraordinaria novela.
  
Roberto Bolaño.


La frase:
VIAJAR. «No hay nada como viajar para ensanchar la cultura. Pero también para afinar la sensibilidad» (Los detectives salvajes, Roberto Bolaño).