9 de enero de 2013

Entrevista a Guillermo Thorndike





La reciente publicación del cuarto volumen de su biografía sobre Miguel Grau sirve de pretexto para conversar con uno de los protagonistas del periodismo contemporáneo: Guillermo Thorndike (Lima, 1940), autor además de una treintena de libros, muchos de ellos auténticos best sellers.
La cita se realiza en su casa de calle Roca de Vergallo, Magdalena del Mar.
Usted ha publicado cuatro libros referidos a la guerra contra Chile (1879-1883): 1879 (1977), El viaje de Prado (1977), Vienen los chilenos (1978) y La batalla de Lima (1979). De la biografía de Miguel Grau, usted ha publicado cuatro de seis volúmenes. Casi tres mil páginas. ¿Por qué se interesa tanto en un periodo trágico de la historia del Perú?
—Casi todos los periodos son trágicos en la historia del Perú. Estoy pensando en El año de la barbarie (1969), la rebelión en Trujillo de 1932; en No, mi general(1976), la caída de Velasco; Maestra vida: novela verdad (1997), la biografía de Horacio Zeballos, el fundador del Sutep. El Perú no es una comedia. ¿Por qué Grau? En 1997 volví a leer con mucho cuidado el primer libro sobre la guerra, 1879, y sentí que el personaje era mucho más grande de lo que se reflejaba allí.
En Los hijos de los libertadores (2006), primer tomo de su biografía, se refiere acerca de la madre de Grau, Luisa Seminario del Castillo. Menciona algo poco conocido: que ella tuvo hijos con diversos padres. ¿Este hecho fue ocultado como algunos creen?
—El padre, Juan Manuel Grau, tuvo veinte hijos en Piura. Tal vez 25. Hay que colocarnos en el contexto. Hacia 1822 pasan por Piura los tres capitanes colombianos con quien tendría hijos la señora Seminario, con muchos soldados rumbo a las guerras que se librarían en el sur. Hay una epidemia de amores desesperados en todo el Perú. Ella se casa con Pío Díaz, con quien tuvo tres hijos, pero este viaja al norte y desaparece por diez años. Al cabo de tres años, ella se compromete con Juan Manuel Grau, con quien tuvo cuatro hijos. Más adelante tuvo una hija con Carlos Elisalde. Entonces reapareció en Piura el ya teniente coronel Pío Díaz y la señora Seminario volvió con él; aun tuvieron una hija.
El futuro héroe se vuelve marino a los 7 años. Años después, entre otros trabajos, transportó culíes. ¿Cómo describe esa experiencia?
—Grau solo hizo un viaje de China a San Francisco, como tripulante de un buque que llevaba culíes. Nunca trajo chinos al Perú. ¿Qué participación tuvo? Es como si me preguntaras qué participación tuvo Grau en el negocio del guano. Entonces había mil buques anuales que llevaban guano a Liverpool y a otros puertos del mundo. Él llevó guano porque era algo común. Por otro lado, estuvo en una aventura para traer canacas, polinesios. Y naufragó. Era algo perfectamente legal, además.
Grau es considerado un demócrata por haber sido diputado por Paita, pero en 1856, cuando era alférez de fragata, se reveló contra un gobierno constitucional, contra el régimen de Ramón Castilla. ¿Cómo explica este hecho?
—Eso sucedió cuando se rechazaba la Constitución liberal, con José Gálvez deportado a Chile y diversos escándalos posteriores a la Consolidación, como el de la manumisión de los esclavos. Vivanco, a quien el alférez Grau apoyó con el teniente segundo Lizardo Montero, era visto como un hombre muy honesto.
¿No hay una contradicción?
—Bueno, pues, lo hizo a los 22 años. Además, no había ninguna democracia en el Perú en ese momento.

Incursión en el periodismo
Pasemos a su trayectoria periodística. Usted trabajó en La Prensa y Correo. Dirigió luego, durante el régimen del general Juan Velasco, los diarios La Crónica y La Tercera. ¿No tuvo algún conflicto por la expropiación de los medios de comunicación el 26 de julio de 1974?
—Pensé mucho acerca de este hecho, pero creí que podría funcionar. La izquierda estaba a favor de la expropiación. Recuerdo que durante el régimen de Francisco Morales Bermúdez clausuraron, a los pocos números, el periódico obrero El Amauta del Mar, que pertenecía a la Federación de Pescadores del Perú y en que fui asesor. Los policías vigilaron mi casa mientras escribía No, mi general. Una vez salí a comprar pan con mi hijo Augusto y en un quiosco vi que todas las primeras planas de los nuevos semanarios autorizados me atacaban. Un titular del periódico de Sofocleto decía: «Willy, coca, pito». Al lado había un dibujo psicodélico en que yo aparecía flotando en medio de una nube llena de flores hecho por el Flaco Hague, quien había sido mi caricaturista en La Crónica. (Risas). El periodismo no conoce fronteras.
Más tarde escribió con Francisco Lombardi el guion del filme Muerte al amanecer (1977).
—Él hizo el guion técnico y yo, el guion literario. Se basa en un texto que publiqué en el suplemento «Estampa», de Expreso, en 1973. Se inspira en una experiencia personal. Mi padre era ministro de Justicia de Manuel Prado Ugarteche y firmó la orden de ejecución de Jorge Villanueva Torres. Entonces yo iba a practicar esgrima militar con el director de la Penitenciaría, el comandante Salvador Mariátegui, campeón de esta disciplina durante muchos años. Recuerdo que me afeitaba Mamoru Shimizu, natural de Hiroshima, a quien acusaron de matar a los siete miembros de su familia. En esas circunstancias conocí a Villanueva Torres, a quien decían «El Monstruo de Armendáriz». Conversé mucho con él, lo vi cultivar legumbres en un pedacito de su celda aislada, y llegué a la convicción de que este hombre era inocente. Se lo dije a mi padre, pero solo el presidente podía dar el perdón. Vi la ejecución, que ocurrió el 12 de diciembre de 1957. Lo que pasó es lo que está en la película de Lombardi.
En 1979 fue jefe de prensa en la campaña política de su amigo Alfonso Barrantes y luego dirigió El Diario de Marka. ¿Por qué la izquierda de entonces no llegó al poder?
—Recuerdo que estaba en la casa del Chino Domínguez cuando llegó Alfonso Barrantes. Se quejó de que nadie lo apoyaba. «Incluso El Diario de Marka», dijo. Le sugerí que yo podía hablar con Jorge Flores Lamas, director del diario, si me autorizaba. Ahí mismo me designó como jefe de prensa. En El Diario de Marka me dijeron que cerraban muy temprano. Los mítines de la izquierda eran los que más tarde empezaban y tenían una salchicha de oradores. En una reunión con los partidos de izquierda les pedí hacer los mítines mucho más temprano. Dijeron que no se podía. Jorge del Prado me apoyó. Hicimos la prueba con un mitin en la plaza 2 de Mayo. Era la primera vez que un mitin de la izquierda empezaba a las cinco de la tarde. El Chino trepó a una escalera y empezó a tomar fotos. Simulábamos estar en un discurso. Barrantes se paraba frente al micrófono, gesticulaba, y el público agitaba sus pancartas. Ya él previamente nos había dicho lo que iba a decir. Con eso hacíamos la crónica. A las siete llegábamos con las fotos mojadas. Luego asumí la dirección, con la condición de que Jorge Flores Lamas fuera el director general.
En 1981 fue director fundador de La República y en 1985 de El Popular. ¿Qué recuerda de esa experiencia? ¿Por qué abandonó estos proyectos?
—Coincidí con Gustavo Mohme, quien era indeclinablemente socialista, pese a su extracción empresarial. Al mes de salir el periódico teníamos tal fracaso que los accionistas querían cerrarlo. Entonces salíamos a las cuatro de la tarde. Pedí permiso para pasar a la mañana. Pero no querían. Empecé a «equivocarme». Salimos a las 11 de la mañana. Después vino la bendición: el Mundial de España. Tuvimos que salir a las siete de la mañana. Los canillas se iban a ver los partidos de fútbol a las diez. Tratar el caso del Loco Vicharra, que era una especie de Robin Hood limeño, favoreció también las ventas. Por otro lado, el editor de Espectáculos, Manolo Salerno, hizo unos casetes de propaganda con el contenido del diario y los difundió en una quincena de radios que transmitían en la madrugada. Desde las cuatro de la mañana la gente era bombardeada con las noticias que se publicarían en La República. La circulación empezó a subir asombrosamente. Teníamos 15 mil en enero y a fines de marzo alcanzamos 180 mil ejemplares. Ningún periódico en el mundo ha tenido un despegue como el de La República. Llegó a vender 250 mil ejemplares con la historia de Uchuraccay. El Popular salió vendiendo más de 100 mil ejemplares. Ambos diarios sumaban el 37 por ciento del mercado de lectores de periódicos del país. ¿Por qué me fui? Alan García era presidente y era muy amigo mío. Creo que fue para mejor.
En 1990 dirige el diario Página Libre, que levantó la figura del hasta entonces desconocido Alberto Fujimori...
—Nuestro primer titular fue: «Se cae el Fredemo». Le volteamos la escalerita. Todo el Fredemo pensó que éramos una especie de psicosocial. En Página Libre participó una generación brillante, como Enrique Sánchez Hernani, Jorge Pimentel, Enrique Verástegui, Jorge Frisancho, Tulio Mora, Carlos Sotomayor, Mañuco Scorza, Sergio Oquendo, uf...
Beto Ortiz...
—Beto Ortiz era el más inconforme porque no le publiqué un reportaje que consideré no tenía suficiente fundamento en sus fuentes. Lo cierto es que yo hacía el periódico como a mí me parecía. La aventura del Fredemo me resultaba impropia para el momento que vivía el país. La gente iba a sus reuniones como a un evento social. Se vestía como si fuesen a una boda. Ocupaba zonas privilegiadas. ¿Dónde estaba el pueblo?
¿Por eso apoyó a Fujimori?
—Cuando apareció el nombre de Fujimori en el diario yo estaba internado en una clínica, casi muerto por el primer caso de cólera morbo que se registró en el país por ese tiempo. Ocurrió a los dos o tres días de haber salido el primer número. Recuerdo haber abierto los ojos y ver a mi costado a Iván García Mayer, que era el subdirector y había tomado las riendas del diario. Él me dijo: «Fujimori ha subido dos puntos en las encuestas». Eso significaba que había pasado de uno a tres. ¿Era noticia o no? Claro que sí. El Fredemo había caído dos. «¿Va en primera plana?», me preguntó. Yo le asentí con la cabeza. Y volví a quedar inconsciente. Acá no hubo ninguna confabulación para traerse abajo la candidatura de Vargas Llosa, como lo han pintado. Un periódico de 39 mil ejemplares no puede tumbarse una candidatura. Además, no circulaba en provincias. La candidatura de Vargas Llosa se caía sola. Otra cosa: cada vez que no poníamos el nombre de Fujimori en las primeras planas, el periódico bajaba 5 mil ejemplares o más en sus ventas.
¿Qué opina del duro comentario de Mario Vargas Llosa en sus memorias, El pez en el agua (1993), acerca de usted: «El más exquisito producto que el periodismo de estercolero haya forjado en el Perú»?
—No opino.
En 1990 dirigió la revista Ayllu y, al año siguiente, publicó Los topos, que narra la huida de 48 integrantes del MRTA de la prisión de Canto Grande, entre ellos el líder Víctor Polay. ¿Qué recuerda acerca de esto?
—Recuerdo mi entrevista en la clandestinidad con Víctor Polay. Pasé seis días encerrado en una habitación que no tenía ventanas con Hugo Avellaneda, dirigente del MRTA, encargado de vigilarme. La puerta se abría desde afuera y la cuidaba un encapuchado. Nunca supe dónde estuve, me llevaron después de un viaje de tres horas, como si me hubieran secuestrado, con los ojos vendados y en diferentes vehículos.
Ahí le contaron lo de la fuga.
—Me pusieron frente a un alto de casetes, una radiograbadora, papel y lápiz. Me dijeron: «Puedes transcribir». Eran 45 horas de grabación. Hasta que no terminé de transcribir no se consideró que mi trabajo había terminado. La historia de la fuga estaba contada por los protagonistas a unos periodistas extranjeros. La persona con la que yo estaba, Avellaneda, único de la dirección del MRTA que queda libre en el mundo, además un hombre muy inteligente, me ampliaba los datos. Nos fuimos haciendo muy amigos. En estos casetes estaba relatada la fuga, la preparación y todo. No supe que fue dirigida por Néstor Cerpa Cartolini, porque ellos usaban nombres de combate. Y no lo supe hasta mucho después, hasta la toma de la residencia del embajador japonés.

Las letrinas de Fujimori
¿Qué diría de su paso por La Nación y La Razón, diarios vinculados al hoy expresidente Fujimori, los cuales dirigió?
—Hay épocas en las que uno tiene que trabajar limpiando baños, letrinas, para tener horas y dedicarlas a la escritura de sus libros. Eso de que qué vida tan dura tuvo Kafka... Carajo, qué vida tan dura tenemos todos los que estamos escribiendo en el mundo.
También tuvo...
—No tanto La Razón, que no fue un trabajo agradable, pero que no fue comparable con La Nación... Trabajé en La Nación tres meses, pero usaron mi nombre durante cinco años, hasta que casi tuve que amenazar de muerte a Ramírez Erazo para que retirara mi nombre de su periódico. Fue un diario que extorsionaba. Cuántos pensarán que soy un extorsionador, un miserable. No había manera. A ver métele un juicio a Ramírez Erazo.
Su cercanía al APRA se evidencia con la amistad que tuvo con Haya de la Torre, el fundador de este partido. Además con los libros El año de la barbarie, que refiere la rebelión contra el régimen de Luis Sánchez Cerro en 1932, en la cual murieron —según su reportaje— cinco mil apristas...
—Mi libro se refiere a 600 confirmados. Hay cinco mil apristas desaparecidos cuyos nombres están escritos en un monumento en Trujillo. Cien fueron fusilados en Chan Chan. Pero a cuarenta ya los habían ejecutado desde el 11 o 12 de julio, cuando empezó el paredón en Mansiche, así que, para completar cien cadáveres, metieron en el grupo a cuarenta que no tenían nada que ver.
También publicó La revolución imposible (1988), que trata acerca de los problemas del primer régimen de Alan García; La gran persecución (2004), coescrito con Armando Villanueva, que se centra en el régimen de Manuel A. Odría (1948-1956). ¿Cómo describe su relación con el actual partido de gobierno?
—Hasta hace poco pensaba que yo me había acercado a Haya de la Torre. Y fue al revés: él hacía que me acercase a él. Haya se preguntaba: «¿Quién puede contar nuestra historia?». Tenía que ser alguien que no fuera del partido. De todos, se fijó en mí. Unos amigos suyos me lo presentaron en Trujillo. Tuvimos una amistad muy especial, una relación entre alguien que escribe y un biografiado inteligente. Siempre era el maestro, pero teníamos una cierta horizontalidad imposible en el caso de mucha otra gente que tenía una relación partidaria con Haya.
¿Sigue siendo amigo de Alan García?
—Antes de que llegara a la Presidencia por segunda vez, lo visité varias veces y nos hablábamos por teléfono. Después intenté felicitarlo, pero estaba demasiado ocupado. No nos hemos vuelto a ver.



* Publicado como «El Perú no es una comedia», en el suplemento «Semana», del diario La Primera, Lima, 22 de junio de 2008, páginas 4-6.


1 comentario:

Edward dijo...

El título del artículo debería ser: Guillermo Thorndike: A lo que un hombre es capaz de descender por un plato de lentejas.